El vampiro

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En el balcón vacío

En el balcón vacío

Los Caifanes

Los caifanes

La juventud se impone

La juventud se impone

Santo y Blue Demon

Santo y Blue Demon

El cine mexicano de 1950 y 1960

Entre géneros y el cine independiente

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El fin de la época de oro y la transición

La favorable situación que vivió el cine mexicano se revertiría parcialmente a partir del último año de la Segunda Guerra Mundial debido al incremento de estrenos provenientes de Europa y Argentina, además del regreso inminente de Hollywood al mercado latinoamericano. Ante esta presión, la industria nacional comenzó con una política de reducción de costos y disminuyó el tiempo de rodaje de cinco a tres semanas. La producción incrementó de 57 cintas en 1947 a 124 en 1950, y 98 en 1952, pero la calidad desfallece provocando las películas denominadas “churros”.

Para buscar resolver la crisis cinematográfica y el abandono de los públicos, -principalmente las clases medias y altas- se implementa el Plan Garduño, cuyo objetivo era favorecer el “cine de calidad”. Sin embargo, a pesar de contar con el protagonismo de grandes estrellas e implementar diversas obras literarias, la iniciativa no logró el efecto deseado y ocasionó poco interés por parte del público. Destacó de esta época el filme, Macario (Roberto Gavaldón, 1959), donde un campesino, interpretado por Ignacio López Tarso, vive obsesionado con su pobreza. En uno de sus viajes al bosque se encontrará con un hombre, que después se revelará ante él como la muerte.

La situación gremial tampoco era favorable; desde mayo de 1945 los sindicatos de cine cerraron el ingreso de nuevos miembros, (solo Luis Buñuel lograría entrar) especialmente en las secciones de directores. Esta decisión impidió la renovación de realizadores, fotógrafos, escritores, músicos, entre otros.

Al mismo tiempo, la industria del cine en México presionada por no romper con los cambios morales en el país se enfrentó con el problema de la censura, hasta que en 1955 se aceptaron una serie de filmes eróticos para justificar la naturaleza artística mediante desnudos femeninos. Los hermanos Calderón, productores de diversos largometrajes explotaron esta vertiente, y con ellos surge la primer película que presenta el torso desnudo de una mujer La fuerza del deseo (Miguel Delgado, 1955), donde la obsesión de dos hombres y su amorío con una modelo de humilde procedencia provocan una tragedia.

Finalmente, la época de oro llegó a su fin cuando el ídolo Pedro Infante falleció en un accidente aéreo en 1957. Aunado a esto, la introducción de la televisión se convirtió en una competencia directa que influyó en el curso del cine mexicano y en la formación de los espectadores de un modo determinante.

El cine de Rock and roll

Dentro de los cambios sociales, la población urbana sufrió una explosión (pasando de 2% en 1950, a 58.7% en 1960) y, a pesar de la censura que se vivía, la clase media comenzó a inclinar sus gustos hacia lo proveniente del vecino país del norte. De esta forma, el rock and roll comenzó a desplazar los anteriores ritmos musicales y el cine mexicano trató de capitalizar la ausencia en las pantallas nacionales de los más célebres intérpretes de rock (The Beatles, Elvis Presley) por jóvenes estrellas nacionales: Angélica María, César Costa, Enrique Guzmán, Alberto Vázquez. Nacería el cine de rock and roll caracterizado por películas sobre la juventud vistas desde un punto de vista moralista.

Las primeras películas que plasmaron los nuevos ritmos fueron Juventud desenfrenada (José Díaz Morales,1956), Los Chiflados del Rock and Roll (José Díaz Morales,1957), Música de siempre (Tito Davison,1958), y Jugándose la vida (José Díaz Morales,1959).

1962 y 1963 fueron años relevantes para este género al presentar a varios grupos y cantantes en películas como: Twist, locura de juventud (Miguel Delgado, 1962) que marcó el debut de Enrique Guzmán; en A ritmo de twist se presentó por primera vez Alberto Vázquez junto a Los Rebeldes del Rock; y El Cielo y la tierra, se convirtió en el primer proyecto para cine de César Costa. Más adelante se presentó La juventud se impone (1964), filme que unió a los grandes ídolos del momento (Enrique Guzmán y César Costa) quienes interpretan a dos estudiantes que en su tiempo libre se dedican a cantar en un café. Con el tiempo llegará la fama y con ésta, la rivalidad.

Al finalizar la década destacó la película Cinco de chocolate y uno de fresa (Carlos Velo, 1968) protagonizada por Angélica María, aquí se presentó la historia de una mujer que tras ingerir hongos alucinógenos abandona el convento y crea una banda junto a cinco jóvenes para realizar fechorías por la ciudad. Para fines de la década, el rock n´roll, ya padecía de rasgos de censura, lo que propició su decadencia en el cine mexicano.

El cine de luchadores

Desde 1933 se reconoció la lucha libre como disciplina deportiva en México, pero su consolidación llegó de la mano de la televisión, aumentando su popularidad y traspasando el ring. Por su parte, el cine no dejó atrás el furor de sus personajes, convirtiéndolos en ídolos. El género de “cine de luchadores” arrancó de manera oficial en 1952 con cuatro largometrajes: La bestia magnífica, de Chano Urueta; El luchador fenómeno, de Fernando Cortés; El Enmascarado de Plata, René Cardona; y Huracán Ramírez, de Joselito Rodríguez. Años más tarde, en 1958 apareció la figura más importante del género, Santo: el enmascarado de plata (Rodolfo Guzmán Huerta) con la película Santo contra el cerebro del mal. Este héroe protagonizó 52 filmes entre los que destaca: Santo contra el cerebro diabólico (1961), Santo vs los zombis (1962), y Santo en el museo de cera (1963).

El cine de luchadores llegó a combinar diferentes géneros como la comedia, el western, la ciencia ficción y el terror. Para el historiador de cine Emilio García Riera, la síntesis entre el género de lucha libre y este último se vio reflejado en Santo vs las mujeres Vampiro (1962, Alfonso Corona Blake), su película más famosa, ya que fue presentada en un festival europeo y ganó el aprecio de algunos críticos en Europa y Estados Unidos. Para esta película se editaron dos versiones, una para México y otra para el resto del mundo debido a que contenía desnudos, por lo que esta última no fue proyectada en México.

En 1961 apareció por primera vez el nombre de Blue Demon en una película: Asesinos de la lucha libre, dirigida por Manuel Muñoz, en donde tuvo un papel secundario; y para 1966, con Blue Demon, el demonio azul este personaje comenzó a protagonizar sus propias películas, llegando a un total de 34.

En Blue Demon contra el poder satánico (Chano Urueta, 1966) aparecieron juntos por primera vez El Santo y el demonio azul, quienes se convirtieron en aliados de la policía y la pesadilla de los villanos como Drácula, el Hombre Lobo, las momias de Guanajuato, el doctor Frankenstein entre muchos otros.

En el prólogo del libro ¡Quiero ver sangre! Historia ilustrada del cine de luchadores, el escritor Juan Villoro redacta:

“El éxito del género (el cine de luchadores) dependió de la doble condición de los héroes: podían ser vistos en la Arena México y en el espacio irreal del cine. Pocas veces la cultura popular tuvo representantes tan próximos y tan lejanos. La misma persona que te daba un autógrafo en la lucha del viernes, enfrentaba desafíos extraterrestres en la película del domingo”.

 El cine de horror mexicano

Por otra parte, el cine de horror, que se encontraba en crisis en lo años anteriores, vuelve a surgir con gran fuerza. Acompañada de la oleada internacional de las cintas inglesas de la productora Hammer, el cine mexicano produjo entre 1956 y 1960 quince réplicas del género.
De esta década destacaron las películas del director Fernando Méndez con Ladrón de cadáveres (1956) y el díptico de 1957, El vampiro y El ataúd del vampiro. Narrativamente, El vampiro mezcló el drama familiar en un ambiente rural con la típica historia de vampiros, adelantándose un año a los proyectos de la mítica productora inglesa. Esta particular combinación sedujo al público extranjero, incluido el cineasta François Truffaut.

A partir de la siguiente década el cine de terror mexicano tuvo su época de oro con el director Carlos Enrique Taboada que en 1968 estrenó el ensayo de horror psicológico de Hasta el viento tiene miedo, filme que relata una historia de una posesión por un espíritu. El siguiente año, Taboada regresó con El libro de piedra (1969), donde adoptó los rasgos del cine gótico y el melodrama. En la siguiente década realizó Más negro que la noche (1975), historia lúgubre situada en la Ciudad de México donde cuatro jóvenes independientes se mudan a una casona antigua tras la muerte de la tía de una de ellas. Ahora las jóvenes se harán cargo de la casa y del misterioso gato Becker. Posteriormente, en 1984, el ya consolidado director de terror estrenó Veneno para las hadas, filme que se centra en la brujería pero desde el punto de vista de dos niñas. A pesar de no alcanzar los mismos niveles de popularidad que sus antecesoras, esta película recibió las mejores críticas.

En búsqueda del cine independiente

La década de 1960 comenzó con la obra La sombra del caudillo (1960), dirigida por Julio Bracho, filme que destacó por reflejar la violencia política que atravesó el país en épocas revolucionarias. Sin embargo, la adaptación cinematográfica de la novela escrita por Martín Luis Guzmán fue censurada por 30 años a petición de la asociación militar Legión de Honor, argumentando que solo presentaban hechos inmorales y denigrantes al movimiento revolucionario.

Estos años también estuvieron marcados por la realización de los XIX Juegos Olímpicos de 1968 (los primeros que se realizaron en Latinoamérica), cuya imagen se vio disminuida por los movimientos estudiantiles del mismo año. Estos eventos se vieron registrados en documentales como Olimpiada en México (1968) de Alberto Isaac; El grito (1970), de Leobardo López Arretche y Crates (1970), de Alfredo Joskowicz.

Por su parte, el director chileno Alejandro Jodorowsky tuvo una fuerte aceptación en el público joven mexicano con películas como Fando y Luis (1967) y El Topo (1970). Sin embargo, el director fue presionado para salir de México debido a la trama en sus producciones.

Por otra parte, a pesar que Benito Alazraki dirigió las primeras muestras de cine independiente desde la década de los años cincuenta, particularmente con el documental Raíces (1953) galardonado en Cannes; el cine independiente tuvo su oportunidad con una nueva generación de cineastas y críticos que, inspirados en el teórico André Bazin y la Nouvelle Vague francesa, buscaron revivir la industria cinematográfica. En estos años, tras la fundación del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), el auge de equipos ligeros de filmación y los concursos de cine experimental, se consolidó el cine independiente.

El primer gran paso del cine independiente se dio en abril de 1961 cuando se editó el ejemplar inicial de la revista Nuevo Cine y a pesar de solo contar con siete números, sembró la semilla que permitió la renovación del cine mexicano. Esta nueva generación produjo y difundió un cine al margen de las estructuras industriales y sindicales, y se convirtió en una pieza clave del cine mexicano al motivar una reflexión sobre los problemas en los que se encontraba a la industria.

En el primer número de la revista se publicó un manifiesto firmado por el Grupo Nuevo Cine integrado por: José de la Colina, Rafael Corkidi, Salvador Elizondo, Jomí García Ascot, Emilio García Riera, José Luis González de León, Heriberto Lafranchi, Carlos Monsiváis, Julio Pliego, Gabriel Ramírez, entre otros. Al proyecto también se unieron personalidades como Carlos Fuentes, José Luis Cuevas y Vicente Rojo. En este manifiesto se demandó la concepción de “un instituto serio de enseñanza cinematográfica que específicamente se dedique a la formación de nuevos cineastas”, la creación de una cinemateca y el estudio y la investigación del cine mexicano. Gracias a lo anterior se impulsó la creación de la Filmoteca de la UNAM y un año después, se fundó el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM (CUEC).

A pesar de esto, En el balcón vacío (1961) dirigida por Jomí García Ascot fue la única película filmada durante el auge del Grupo Nuevo Cine, convirtiéndose en su película más representativa. El filme presentó la historia de una mujer exiliada a raíz de la guerra civil española que tras su llegada a la Ciudad de México, recuerda los eventos traumáticos de su niñez y su camino hacia una nueva patria.

Por su parte, luego de no encontrar una forma efectiva de seguir financiado el proyecto, algunos de los fundadores del Grupo Nuevo Cine decidieron seguir escribiendo en otros medios como Emilio García Riera y Gabriel Ramírez, quienes editaron el boletín semanal La semana en el cine o Salvador Elizondo, quien junto con García Riera editaron la revista cultural Snob.

El camino de nuevas historias continúo en 1964, y gracias a las ideas del Grupo Nuevo Cine, el Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC) convocó al Primer Concurso de Cine Experimental donde participaron 12 películas y 17 directores. Las obras se caracterizaron por un tono internacional, emulando, una vez más, a la Nouvelle Vague francesa. El primer lugar fue para La fórmula secreta (1965) dirigida por Rubén Gámez, con textos de Juan Rulfo y narrada por Jaime Sabines. La película presentó una reflexión sobre la identidad mexicana y la fuerte influencia de la cultura estadounidense en el país. Rompió con ideologías de la época y se consolidó como película de culto gracias a sus elementos, tanto narrativos como visuales. El segundo lugar del concurso fue para En este pueblo no hay ladrones (1965) de Alberto Isaac que, basado en un cuento de Gabriel García Márquez, narró la historia de un hombre de provincia que en su afán por llegar a la ciudad, roba las bolas del único billar del pueblo con el fin de venderlas y conseguir el dinero necesario.

Por otra parte, en 1965 el Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC), el Banco Cinematográfico, la Dirección General de Cinematografía y la Asociación de Productores, convocaron al Primer Concurso Nacional de Argumentos y Guiones Cinematográficos. En total se recibieron 229 guiones pero únicamente Los caifanes (1967) de Juan Ibáñez llegó a filmarse y exhibirse comercialmente. Este filme nos traslada a la vida privilegiada de la clase alta cuando Paloma, interpretada por Julissa, recorre la Ciudad de México junto a “Los Caifanes”, un grupo de amigos conformados por: el Capitán Gato, Sergio Jiménez; el Azteca, Ernesto Gómez Cruz; el Mazacote, Eduardo López Rojas y el Estilos, Óscar Chávez.

Por otra parte, en sus inicios y tras su regreso de París, en 1967 el cineasta Paul Leduc creó en colaboración con Alexis Grivas (fotógrafo), Bertha Navarro (productora) y Rafael Castanedo (editor) lo que se conocería como Grupo Cine 70. Leduc se consolidó como uno de los representantes del cine de esa época con películas como Reed: México Insurgente (1970), que narró la experiencia del periodista Reed en México durante tiempos revolucionarios y Etnocidio: notas sobre un mezquital (1977). que reflejó la marginalidad de los pueblos indígenas en el país.

En las dos décadas transcurridas desde el declive ocasionado por el fin de la época de oro surgieron películas que marcaron positivamente la historia del cine mexicano y cuyos alcances se vieron reflejados en el ámbito internacional. Desde el Plan Garduño, pasando por el cine de luchadores hasta llegar al cine independiente y con los nuevos directores emergentes, México se encaminó hacia nuevos retos y obstáculos en sus modelos de producción.

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