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“Pero ahí estamos…luchando, intentando, creando, como si el cine peruano fuera un gran largometraje de supervivencia, esperando por un final feliz”.
Ricardo Bedoya
Durante los años ochenta Perú superó una de las dictaduras militares más largas en la historia latinoamericana, por lo que la esperanza de la nación de oro fue depositada en el regreso de la democracia. Sin embargo, el país tuvo que enfrentarse a una fuerte crisis económica enraizada en la deuda externa de México y en la hiperinflación en América Latina suscitada en las últimas décadas del siglo XX, dando pie a la desigualdad social y el colapso de servicios públicos. En 1983, las sequías se intensificaron y la caída en el precio de los metales fue una realidad. Tres años después sobrevino la devaluación de la moneda nacional, y las fuerzas armadas del Estado ya se enfrentaban a la oposición emergente del grupo Sendero Luminoso, batallas en las que los pobladores de las zonas rurales fueron los más afectados. En aquel entonces, Perú vivió tiempos desafiantes en distintos aspectos y, de manera paralela, el cine peruano siguió su camino.
En la primera mitad de los años ochenta, además de las producciones realizadas por el Grupo Chaski, se estrenó Tupac Amaru (1984), una coproducción cubana-peruana, dirigida por Federico García Hurtado. La película surgió en medio de la inestabilidad social y económica, para narrar algunos aspectos de la vida de José Gabriel Túpac Amaru, personaje históricamente reconocido por su lucha en contra de la esclavitud de la raza negra en Hispanoamérica. Así mismo, el filme sugirió un relato acerca de los posibles desenlaces históricos para el Perú si la independencia de la nación se hubiese logrado a partir de la intervención liderada por Túpac Amaru, en un escenario completamente distinto en el que una casta india hubiese ejercido el poder
En 1985 el llamado boom latinoamericano hizo de La ciudad y los perros, de Francisco Lombardi, uno de los primeros ejemplos fílmicos peruanos en los que el auge de las letras hispanas sirvió de base argumental. La obra, con autoría de Mario Vargas Llosa, inspiró la ficción que narra el transcurso de la vida tras las paredes del colegio militar Leoncio Prado, ubicado en la capital peruana. En el lugar, los cadetes internados rigen sus actividades a través de un severo reglamento, además de una serie de normas impuestas por ellos mismos, en las que la brutalidad y el machismo son los pilares principales. La película consiguió reconocimiento internacional al recibir el premio al Mejor director en el Festival de San Sebastián.
A pesar del contexto desfavorable al consumo y distribución de las historias locales, la escena peruana también albergó otros títulos que apelaron a la identidad peruana desde algunas de las tradiciones indígenas como Yawar Fiesta: Fiesta de sangre (1986), de Luis Figueroa, una adaptación de la novela escrita por José María Arguedas sobre la festividad de Yawar Punchay, específicamente sobre una corrida de toros realizada al estilo andino. Tres años después, el despunte en el éxito comercial caracterizó a un estreno completamente distinto y aderezado por secuencias de acción al estilo norteamericano: Calles peligrosas (1989). Dirigida por Luis Llosa y realizada en coproducción con Estados Unidos, la película pendía sobre un argumento futurista situado en el año 2010, ligado al ambiente caótico de Lima en el momento de su estreno.
Las producciones fílmicas aún eran escasas, así como las salas y espacios de exhibición; mismos que a finales del siglo XX sumaban 179. Respecto a la tasa de espectadores, ésta mostró un decremento al registrar un promedio de 10 millones a nivel nacional en 1989, comparado con las cifras de 1987, año en el que se calculó un total de 16 millones de personas. La experiencia cinematográfica del país nuevamente pasaba por momentos difíciles: en el periodo comprendido de 1980 a 1990, solo se terminaron 37 películas, en su mayoría coproducciones. Resumiendo la situación, el académico e investigador Ricardo Bedoya comentó a mediados de los noventa: “…el film peruano era para las salas de cine un invitado no deseado”
Con todo esto, fue necesario mantener vigente la creación cinematográfica mediante títulos importantes que narraran lo peruano e innovaran en el desarrollo de relatos, planteando situaciones que recuperarán la atención del público y al mismo tiempo destacarán frente a la crítica internacional. Ante tal cometido, la labor del realizador Francisco Lombardi fue sustancial. En 1990 Lombardi dirigió Caídos del cielo (1990), ganadora del Premio Goya por Mejor película extranjera de habla hispana, además de una nominación en el Festival Internacional de Cine de Chicago. La película contó con la participación de Gustavo Bueno, Diana Quijano, Leontina Antonina, Carlos Gassols, entre otros; quienes interpretan a los personajes de tres historias cruzadas: la primera sobre Lizandro y Cucha, dos ancianos que no saben del paradero de su hijo y centran sus esfuerzos en hacerse de un lugar en el cementerio. Luego, la de Humberto, un locutor de radio que acoge a Verónica, tras salvarla de un intento de suicidio, y finalmente la de una mujer que ha perdido la vista y se rehúsa a permanecer así. Todas las vertientes avanzan conjuntamente para estructurar un relato sobre la tragedia social y la manera en la que repercute en diferentes generaciones.
En 1996, el reconocimiento como Mejor Director en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián fue entregado a Francisco Lombardi, quien estrenaba Bajo la piel (1996). Con esta historia también logró cosechar triunfos, como el galardón por Mejor Guión, en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en La Habana y el Premio Kikito de la Crítica en el Festival de Cine de Gramado, en Brasil. La ficción parte de una serie de acontecimientos ubicados en la comunidad de Palle, en donde una antigua tradición Moche desata crímenes sangrientos y asesinatos. El protagonista de la película es un policía que condena la violencia, y que es el encargado de encontrar al responsable de las muertes. Vale la pena añadir que el filme provino de una adaptación realizada por Augusto Cabada, a partir de una novela del escritor Fyodor Dostoevsky.
La precaria situación en la filmografía nacional no cambió de rumbo sino hasta 1996, año en el que se formalizó la creación del CONACINE (Consejo Nacional de Cinematografía), un organismo gestionado por el Estado con el propósito de fomentar la creación nacional y contribuir al desarrollo de nuevos proyectos fílmicos. La oleada en apoyo al séptimo arte también se vio reflejada en el surgimiento del Festival de Cine de Lima en 1997, una nueva oportunidad para dar a conocer los trabajos de realizadores nacionales, generar canales de distribución y finalmente apreciar las historias peruanas. Aunado a este auge, Perú se insertó en un proceso de privatización y abrió camino a empresas internacionales de exhibición, con ello fue posible la inversión en publicidad para reconstruir la imagen del cine como forma legítima de entretenimiento popular. Entre las consecuencias más importantes, los números de producciones y coproducciones aumentaron debido a que las casas productoras renovaron su interés al observar cómo el mercado del cine en Perú resurgió.
De esta revitalización a la industria surgieron algunas producciones enfocadas en el terrorismo y sus consecuencias, tema sobre el que existía una necesidad social de expresión, particularmente en regiones sumamente afectadas como Ayacucho, ciudad natal del cineasta Palito Ortega Matute, quien dio voz a las experiencias de algunos pobladores al presentar Dios tarda pero no olvida (1997), largometraje sobre la huída de Cirilo, un niño que se ve forzado a partir hacia Huamanga, luego de que un grupo de terroristas llegó a su casa en Patara y asesinó a sus padres. Tiempo después el pequeño hace un gran esfuerzo para viajar a Lima y al fin esquivar una vida de abusos y violencia. La historia tuvo continuidad en una secuela estrenada un año después bajo el título Dios tarda pero no olvida II (1998), ubicada en Ayacucho, en medio de enfrentamientos armados protagonizados por terroristas y su sombra sobre comunidades indígenas.
En 1998 llegó Coraje (1998), bajo la dirección de Alberto Durant. El largometraje relata parte de la vida de María Elena Moyano, una dirigente y activista por la paz en Perú, que recibió el Premio Príncipe de Asturias antes de ser asesinada por senderistas.
Al comenzar el siglo XXI, se habló de una descentralización del cine peruano, que más allá de producciones limeñas, emergieron nuevos títulos provenientes de ciudades como Cajamarca, Puno y Ayacucho. Siendo Palito Ortega y Mélinton Eusebio, dos de los principales exponente, además de Nilo Inga y Héctor Marreros. Todos ellos, desarrollaron un cine con financiamiento limitado y buscaron la manera de gestionar sus propios circuitos de distribución. Si bien existía una ley de cine vigente desde mediados de la década de los noventa en la que los cálculos presupuestarios designaron cantidades específicas para el séptimo arte nacional, la norma no se había respetado del todo, frenando de manera considerable el crecimiento del cine local. Además, la inyección de capital extranjero en la distribución y exhibición dejó poco tiempo en sala a las historias peruanas.
A pesar de dichos inconvenientes, la nueva escena del cine peruano tomó impulso de la combinación entre realizadores consolidados y jóvenes directores que con su técnica y oficio focalizaron sus esfuerzos en crear óperas primas de calidad, más allá del escaso financiamiento. Entre las producciones que inauguraron el inicio de la primera década del siglo en curso se encuentra Sangre inocente (2000), bajo la dirección de Palito Ortega. En esta tercera entrega del director limeño, se retoma el tratamiento de algunos hechos ocurridos en Ayacucho a lo largo del conflicto armado presentado en Dios tarda pero no olvida. En 2003, el cineasta Fabrizio Aguilar también filmó su tercer largometraje titulado Paloma de papel (2003), mismo que se hizo acreedor de numerosos premios en distintas sedes como en el Festival de Cine Latinoamericano de Nueva York (LaCinemaFe) y el Festival de Cine de Bogotá. La sinopsis de la película indica el desarrollo de la historia de Juan, un joven que tras ser acusado de terrorismo y ser encarcelado en Lima, recibe amnistía, oportunidad que aprovecha para volver a su hogar. Sin embargo, el camino de regreso le inspira recuerdos sobre su pueblo natal y la infancia que vivió rodeado de guerrilleros.
Una de las óperas primas que se insertó en la filmografía peruana de la primera mitad de los años dosmil fue El misterio de Kharisiri (2004), de Henry Vallejo, un relato que hace alusión al mito andino del Pishtaco, también conocido como Kharisiri, del que se dice extrae la grasa del cuerpo de sus víctimas. Así, en la película, Paul y Mariela son dos reporteros que viajan a la zona de Pomata para investigar los extraños sucesos que han tenido lugar. Poco después, Mariela desaparece repentinamente y su compañero se da a la tarea de buscarlo y finalmente descubrir al culpable de todos los crímenes. Por otro lado, en 2006 la cineasta Claudia Llosa debutó con Madeinusa (2006), película que obtuvo una gran cantidad de galardones como el Premio FIPRESCI en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam, el reconocimiento como Mejor Largometraje, en el Festival de Cine de Mar del Plata, así como el premio CONACINE en el Festival Internacional de Cine de Lima, entre otros. En la historia, Madeinusa es una joven que vive en un pequeño pueblo de los Andes peruanos, en donde durante los últimos días de la semana santa celebran un peculiar festival que han bautizado como la Fiesta del pecado, donde los pobladores pueden cometer cualquier pecado sin temor a ser juzgados. En medio de ese ambiente caótico, Madeinusa se enamora a primera vista de Salvador, un obrero arrestado por habitantes del pueblo.
Dos años después, Ricardo de Montreuil destacó entre los cineastas emergentes con su segunda película Máncora (2008), historia que se adjudicó una nominación al Premio del Jurado, en el Festival de Cine de Sundance. La ficción narra la vida de Santiago, un joven que huye para no enfrentar las deudas que su padre, recién fallecido, dejó sin saldar. La isla Máncora es su destino, lugar en el que más tarde es alcanzado por su hermana en compañía de su pareja, ambos hermanos buscan empatía entre sí, pero poco a poco se desata un ambiente turbio que complica su escape. Meses después se estrenó Contracorriente (2009), de Javier Fuentes-León, relato con temática LGBT en el que un pescador de nombre Miguel, está a punto de convertirse en padre, sin embargo éste se debate en un conflicto de identidad pues también sostiene una relación afectiva con Santiago, un pintor que se esmera por acaparar el cariño del pescador.
Una de las grandes victorias para el cine peruano y su reconocimiento a nivel internacional llegó en 2009, año en el que La teta asustada (2009), de Claudia Llosa, fue nominada a los Premios Óscar. Además de obtener el premio FIPRESCI y el Oso de Oro en Festival Internacional de Cine de Berlín, la película también resultó ganadora en certámenes como el Festival de Cine de Gramado, el Festival de Montreal, y obtuvo el Premio Mayahuel en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, en México. La trama sitúa a Fausta, interpretada por la actriz Magaly Solier, como una mujer que padece de Teta asustada, una enfermedad que se originó en los años de terrorismo. El mal se transmite a través de la leche materna de mujeres agredidas y los contagiados nacen sin alma. Por ello, Fausta siente un temor infundido por las historias en torno a aquellos tiempos violentos y como consecuencia decide abstenerse de cualquier contacto sexual con los hombres, pero eventualmente tendrá que superar ese horror para lograr sobrevivir.
Al finalizar la primera década del siglo XXI, el Premio del Jurado Un certain regard, del Festival de Cannes, así como el Premio India Catalina del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias y el de Mejor filme peruano en el Festival de Cine de Lima, fueron otorgados a Octubre (2010), primer largometraje de Daniel Vega Vidal y Diego Vega Vidal, en el que un prestamista llamado Clemente enfrenta cambios radicales en su cotidianidad al recibir a su supuesta hija, fruto de su relación con una prostituta, y al conocer a Sofía; una vecina que se hace cargo de la niña mientras él busca a la madre desaparecida.
En 2015 Salvador del Solar dirigió Magallanes, con la actuación del actor mexicano Damián Alcázar y Magaly Soler, en el papel protagónico. La historia es la de un taxista que en el pasado fue militar y combatió en los enfrentamientos contra el grupo Sendero Luminoso, época en la que conoció a Celina. En el presente, Magallanes se reencuentra con ella y decide ayudarla a conseguir una fuerte suma de dinero, como si se tratara de una oportunidad para redimir sus fantasmas del pasado. El filme obtuvo una nominación como Mejor Película Iberoamericana en los Premios Goya, y otra en la categoría de Mejor Actriz, en los Premios Fénix 2016, al igual que el Premio Colón de oro. en el Festival de Cine de Huelva, en España. Finalmente en 2016, la violencia que azotó a la sociedad peruana en los años ochenta volcó nuevamente su sombra en Casa Rosada (2016), de Palito Ortega Matute, quien narra el suplicio de una familia agredida; la madre es asesinada y el padre torturado en un lugar conocido como la Casa rosada. Al tiempo, sus pequeños hijos logran salvarle la vida, tras una ardua búsqueda. Sin embargo, días después nuevamente es detenido.
Los recientes años han sido para el cine peruano una oportunidad para romper fronteras, y parte importante de este accionar han sido los festivales y espacios de formación y exhibición donde las producciones locales encuentran el impulso para llegar a nuevos destinos. En esta línea, el Festival de Cine de Lima, que desde 1997 es uno de los principales eventos cinematográficos en todo el país, ha conseguido posicionarse como uno de los focos creativos más importantes de Latinoamérica. Entre los componentes que caracterizan a este evento están las secciones de competencia, los talleres formativos, los homenajes y las exhibiciones de estrenos internacionales. En otras latitudes, desde 2008, en Francia se lleva a cabo el Festival de Cine peruano en París, con el objetivo de extender el alcance de las historias peruanas en Europa y ser un soporte para contrarrestar los limitantes financieros. Aunado a esto, el Programa Ibermedia y la Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios (DAFO), suman esfuerzos para otorgar apoyos a los talentos emergentes.
De vuelta en tierras peruanas, la Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco, con el apoyo de la DAFO, del Ministerio de Cultura, gestionan el Festival de Cine Peruano CINESUYU, como una plataforma de fomento al cine independiente y las creaciones cusqueñas y nacionales. Finalmente, un recurso para incentivar el interés y el talento desde temprana edad surgió en 2014 con Mi primer festival, un evento cinematográfico dedicado a niños, en el que destaca una cuidada selección de películas, talleres y la conformación de un jurado infantil.
En los últimos años Perú y su cine, han pasado de los escenarios más hostiles a la formulación de propuestas de gestión cinematográfica que permiten pensar en un futuro esperanzador, en el que cada vez más concursos, becas, u otras formas de apoyo se presentan. Así, hoy miramos hacia el pasado, a la época de transición de siglo donde algunas de las películas de nacionalidad peruana nos guían para conocer desde adentro el curso de su historia.
Adicionalmente, los soportes de producción y distribución han presentado importantes cambios en los que la tecnología y la digitalización de contenido han reformado las dinámicas de funcionamiento del cine peruano y su industria, en la que el campo de lo audiovisual es cada vez más amplio: Instalaciones, documentales, series televisivas, mediometrajes, largometrajes, etc.
Por último, el rescate y apoyo a la cultura cinematográfica en Perú también ha abarcado un plan de recuperación de materiales fílmicos y nuevas políticas de preservación impulsadas por el Archivo peruano de imagen y sonido (ARCHI), institución fundada en 1991 con el propósito de apoyar a la Biblioteca Nacional de Perú en la administración de colecciones de historietas, discos de música, pero especialmente en la salvaguarda del cine peruano, a través de la restauración y la investigación. Sin embargo, frente a la insuficiencia de ayuda por parte de las dependencias públicas, el ARCHI financia sus actividades mediante un fondo fílmico que se nutre de donaciones hechas por los mismos cineastas y algunas compañías productoras.
Hoy, al preguntarnos las posibilidades del cine nacional en el futuro, también miramos hacia el pasado, a la época de transición de siglo, donde algunas de las películas de nacionalidad peruana, nos guían para conocer desde adentro el curso de su historia.
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