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Yo no me llamo Rubén Blades

Historias del Canal

IFF-Panama

El cine panameño

Corría el año de 1897 y Panamá aún formaba parte del territorio colombiano cuando las primeras noticias del cine arribaron a sus costas. Como si se tratara de un revolucionario acto de magia, el ilusionista sueco John Miller Balabrega emprendió una gira por las ciudades de Colón y la capital panameña, hasta llegar a Costa Rica, lugares donde presentó el vitascopio de Edison en su espectáculo. Si bien aquella invención que proyectaba imágenes sin interrupciones causó gran impacto al público, pasó poco tiempo para la llegada del cinematógrafo de los hermanos Lumière, un instrumento capaz no sólo de proyectar, sino también de filmar y capturar las figuras en movimiento. Así se abrió una nueva ventana a las formas de presentar el mundo, a novedosas vías de comercialización e impactantes maneras de crear, narrar y consumir historias en la región latinoamericana y, por supuesto, en Panamá.

Por una parte, los empresarios reconocieron la rentabilidad del cine como un negocio de entretenimiento y casi de manera inmediata, personajes como Salvador Negra y Pagés actuaron al respecto. Pagés adquirió el cinematógrafo y en un futuro sería uno de los encargados de posibilitar la difusión de películas extranjeras en las salas panameñas. Por otra parte, la actividad cinematográfica recurrió a la geografía y a los paisajes cotidianos de la vida panameña en sociedad para filmar las primeras vistas. De modo que los últimos años del siglo XIX y los primeros momentos del siglo XX establecieron un punto de partida para las producciones realizadas en Panamá. No obstante, algunos de los primeros materiales de relevancia histórica y, en su momento, de impacto internacional, fueron la captura de imágenes de las labores de construcción del Canal de Panamá y de la visita del presidente norteamericano Theodore Roosevelt, quien entonces lideraba al gobierno estadounidense y apoyó el desarrollo de la obra de ingeniería.

La construcción del canal fue una noticia que generó eco debido a que abrió una vía de comunicación entre el Mar Caribe y el Océano Pacífico que economizó la navegación y agilizó de manera importante los intercambios comerciales. Con el foco mediático posado sobre este acontecimiento, el canal fue inaugurado en agosto de 1914 y el cine de la época vio una oportunidad para destacar las tomas en el país centroamericano. Se dieron a conocer breves metrajes sobre la inauguración del Canal con el tránsito del barco de vapor SS Ancón, en 1914, con títulos como: The flooding an opening of the Panama Canal (1914), de Eugene H. Hagy y Panama and the Canal from an Aeroplane (1914), realizado por George F Cosby y M.B. Dudley.

Sin embargo, las tomas panameñas se movían de modo independiente, es decir, no existían canales de difusión ni espacios de proyección. Lo mismo sucedía para el cine extranjero, que aunque en la segunda década del siglo XX ya era comercializado y difundido en muchos países, en Panamá, a falta de espacios de exhibición, aún enfrentaba los retos para exhibir los títulos del momento. Fue hasta 1915 cuando comenzó a estructurarse la base de un circuito de difusión, pues formalmente se instaló la primera sala de proyección en Puerto de Colón: el Teatro América.
Poco a poco, empresas extranjeras se encargaron de proyectar éxitos de la taquilla norteamericana en distintos recintos .

Primeras producciones nacionales

De manera paralela a los estrenos estadounidenses en el país se desarrollaron los primeros noticieros panameños. Bajo la dirección de José Antonio Sosa y el francés John de Pool, los filmes noticiosos presentaron novedades del campo político y cultural del país entre los que eran sobresalientes las fiestas regionales y los eventos encabezados por figuras políticas. La década de los 30 implicó nuevos avances en el desarrollo del cine panameño puesto que fueron los mismos acontecimientos de la vida social los que impulsaron relatos que se acercaron a la construcción de una narrativa documental con las vistas Elecciones en Santiago, sobre un día de votaciones en una comunidad rural  y Todos compran billetes y Chance (1944), acerca de la afición panameña por la lotería. Ambas filmaciones fueron hechas por el costarricense Carlos Luis Nieto.

Pasaron cerca de 20 años en los que este tipo de producciones predominaron la escena fílmica en la nación panameña. Dicha etapa fue concretada en la década de los años 40, al sumarse a la escena Manuel Ricardo Sánchez Durán con su propuesta documental Revista Nacional, un proyecto que se dedicó a capturar en un soporte de 35 mm aquellos eventos que resultaron de interés popular, además de crear las primeras películas filmadas con fines políticos al documentar algunos acontecimientos durante el gobierno de Omar Torrijos.

Por otro lado, la aventura de realizar el primer mediometraje de ficción panameña llegó de la mano del ya mencionado Carlos Luis Nieto, con Al calor de mi bohío (1946), que cuenta la historia de una joven campesina que, asombrada por la vida de en la ciudad, decide marcharse con su amado a la metrópoli. Este filme se caracterizó por inaugurar un abordaje temático en el país mediante la dicotomía entre lo rural y lo urbano, entre la vida en la ciudad y en el campo, a través de un melodrama filmado a color.

Tres años después, el mismo contraste entre lo rural y lo urbano sería cosechado por Rosendo Ochoa con el primer largometraje panameño, Cuando muera la ilusión (1949). La película, estrenada en el Teatro Presidente, encaró el dilema de hacer cine de larga duración en un país sin un sistema económico que percibiera a la cinematografía como una industria; según algunos registros, la producción de la película se llevó a cabo sin otorgar algún salario a los actores, más bien, ofreciéndoles un porcentaje de las ganancias. Aunque el hecho de contar con un archivo fílmico que de cuenta del desarrollo de la cultura del cine en Panamá, tendría que incluir a estas películas como títulos de gran relevancia, lamentablemente ambos filmes desaparecieron durante la segunda mitad del siglo XX.

Llegada la década del 50 el cine nacional también abordó el tema de lo religioso, ejemplo de ello es El misterio de la pasión (1955), dirigida por un sacerdote de nombre Ramón María Condomines. Esta película es una adaptación fílmica de la obra de teatro sobre la pasión de Cristo que tiene su argumento en textos bíblicos. Cabe mencionar que Condomines realizó el filme como una petición de Rafael Peralta Ortega, director de cultura del Ministerio de Educación, e incluyó a los pobladores de una región llamada San Francisco como participantes de algunas escenas. Una década más tarde las producciones nacionales desembocaron su interés en la creación de películas para fomentar el turismo en el país; de manera interesante, esta fue una manera para internacionalizar trabajos como Panamá, tierra mía (1965), de Jorge Castro. En el largometraje de una hora de duración se sobreponen elementos como las secuencias de imágenes que retratan diferentes zonas de Panamá, sus atractivos naturales y su panorama citadino también fueron acompañados con una canción introductoria que se encargó de enunciar dichos aspectos. También, a través de un narrador, se hace mención del canal, la posición estratégica del país, y algunos aspectos tecnológicos.

Esfuerzos por una identidad cinematográfica

En los años 60 el cine de Panamá reivindicó su camino, pues fue la década en la que un grupo de aficionados se interesó en conformar una identidad cinematográfica panameña; se trataba de los miembros fundadores del Cineclub Ariel, encabezado por el cineasta Armando Mora. Este grupo tuvo el acierto de organizar en 1970 el Primer Festival de Cine Nacional, certamen en el que fueron expuestos títulos como Censos nacionales (1970), de Julio Jaén, Así es chiriquí, dirigida por Domiciano González, La metamorfosis de Allan Jones, del norteamericano John Thurman Walden y Underground Panamá (1969), de Carlos Montúfar Jr.

A pesar de esta importante aportación a la cinematografía nacional, el grupo se deshizo en los años siguientes como consecuencia del surgimiento de nuevos soportes tecnológicos que requirieron de una nueva inversión para evitar el rezago en ese rubro, y algunos integrantes no le dieron importancia. Aún así, Armando Mora y Carlos Montúfar Jr. compartieron la creación de ciertos filmes experimentales, hasta que decidieron separarse por intereses personales. Pero los logros y la esperanza de crecimiento del cine panameño no desaparecieron con la desarticulación del Cineclub Ariel, más bien, aquel destello motivó a otros personajes que en 1972 consolidaron el Grupo Experimental de Cine Universitario (GECU), una organización que se relacionó por vez primera con la idea del esperado nacimiento de una escena panameña en el área del cine. Posiblemente se logró este cometido puesto que se trató del primer acercamiento que el Estado panameño tuvo con la producción de cine nacional, otorgando apoyo financiero como estrategia para confrontar la situación social que entonces se encontraba latente: el reclamo de la soberanía panameña sobre la Zona del Canal y el descontento popular respecto a las agresiones estadounidenses en el país que se percibían desde 1964 con el Día de los Mártires.

Un cine contestatario, el conflicto por la Zona del Canal

El contexto de controversia política y la incentivación de producciones nacionales por parte del gobierno repercutieron en el desarrollo de un cine contestatario que tuvo como representantes al poeta Pedro Rivera, los directores cubanos Pastor Vega y Jorge Fraga, así como el fotógrafo Enoch Castillero. Entre las obras de esta época se encuentran Canto a la patria que ahora nace (1972), dirigida por Enoch Castillero y Pedro Rivera, un cortometraje sobre la respuesta de las tropas estadounidenses ante la petición de un grupo de estudiantes para que la bandera panameña fuera izada en la zona aledaña al Canal. Por otra parte, 505 (1973) es un documental también bajo la dirección de Rivera donde reúne una serie de entrevistas con trabajadores y campesinos que expresan su punto de vista sobre el apogeo del imperialismo en territorio panameño.


También en 1973, en la película Un año después, Pedro Rivera documentó el desarrollo de la Asamblea Nacional de Representantes de Corregimientos, que tuvo como principal propósito regular el ejercicio de responsabilidades del gobierno en Panamá. En Ahora ya no estamos solos (1973), se habló sobre el interés del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas por la situación que se vivía en la Zona del Canal. El más opresor (1976), de Anselmo Mantovani, propone un recorrido histórico de las intervenciones imperialistas en Panamá; en el recuento de eventos se incluyen hechos desde 1902, año en el que fue asesinado el líder guerrillero Victoriano Lorenzo; también algunos datos sobre el Movimiento inquilinario de 1925, los ataques contra los grupos obreros y el asesinato del dirigente Rodolfo Delgado en 1960, hasta llegar a la masacre perpetrada en el Día de los Mártires a inicios de 1964.

También entre estos títulos que ponen de manifiesto la situación nacionalista; Una bomba a punto de estallar (1977), dirigida por Luis Franco, documenta la realización de una encuesta para determinar la opinión popular respecto a los acuerdos sobre el Canal. El verdadero protagonista (1979), de Ernesto Holder, retrata las últimas negociaciones entre Panamá y Estados Unidos y finalmente Aquí hay coraje (1980), parte de la visita del entonces presidente de Panamá, Omar Torrijos, a Nicaragua para hablar sobre la solidaridad entre los pueblos latinos en su lucha postcolonial contra el imperialismo, señalando la liberación de la Zona del Canal y el desarrollo social del país como factores determinantes del progreso nacional.

Nuevas producciones panameñas

Durante las últimas dos décadas del siglo XX las producciones del GECU encabezaron la actividad cinematográfica del país, sin embargo, después de superar los conflictos relacionados con el Canal y la presencia norteamericana, el gobierno retiró el apoyo al grupo. Las películas de corte político fueron cambiadas por materiales audiovisuales de semblanza sobre personajes de la cultura panameña difundidos a través de la Radio y Televisión Educativa, un proyecto de la Universidad de Panamá, tal como en Chong neto (1987), de Aby Martínez, sobre el artista plástico con el mismo nombre. También se encuentra Capitán de la nostalgia (1987), respecto al “Genio” Escobar, encargado de la elaboración de carros alegóricos de los carnavale y Alma de bohemio (1988), dirigida por Martínez y Jorge Cajar sobre el guitarrista Braulio Sánchez.  Otro título de esta vertiente de realizaciones fue Tambo jazz (1992), de Gerardo Maloney, con el tema de la escena del jazz latino en Panamá.

Al transitar hacia el siglo XXI, el ejército estadounidense intervino en el territorio panameño con el propósito de debilitar la Fuerza de Defensa de Panamá y capturar al general Manuel Antonio Noriega, ligado al narcotráfico. En torno a estos sucesos, el cine nacional produjo títulos como My name is Panama (1989) de Yisca Márquez y Carlos Aguilar, abordando nuevamente el tema de la intervención norteamericana en la historia del país. Por su parte, El imperio nos visita (1990), dirigida por Sandra Eleta, realizó una recopilación de algunos testimonios de ciudadanos panameños durante la ocupación. También fue estrenada Just cause, ¿para quién? (1990), de Yisca Márquez y Las casas son para vivir (1991), dirigida por Fernando Martínez, filme que mostró la visión de los niños de los barrios más afectados por la invasión y rescató algunos dibujos hechos por los infantes en los que expresan su punto de vista sobre la situación. Dos años más tarde Dollar Mambo (1993), del mexicano Paul Leduc, presentó la historia de una prostituta y la repercusión que la intervención genera en su vida. Finalmente en 1992 El engaño de Panamá, de Barbara Trent, llevó la denuncia del conflicto a la plataforma internacional, pues fue ganadora del Premio Oscar por Mejor Documental en la edición de ese año

También en los años noventa el desarrollo audiovisual fue fomentado por el Centro de Imagen y Sonido (CIMAS), que tuvo como meta educar, producir y difundir. Entre sus producciones están Códigos de silencio (1995), de Edwin Mon, película que inserta la historia de un asesino y un periodista en el marco del golpe de Estado sucedido en 1968. Por otro lado, Krung kita (1995), es un documental antropológico dirigido por Enrique Castro Ríos, que sigue de cerca el procedimiento del ritual del pueblo Ngöbe-Buglé, de las montañas occidentales de Panamá. Por su parte, Carnavales de Panamá (1999), de Samuel Larson presenta las festividades en distintos lugares del país en los que se celebra durante cuatro días con baile y fiesta.

Las retrospectivas sobre temas sociales continuaron en los tempranos años dosmiles, tal fue el caso de One dollar, el precio de la vida (2002), de Héctor Herrera; que estructura un relato sobre la violencia que se experimenta en los ghettos de Panamá. La película resultó ganadora en el Festival Internacional de Cine Documental de Madrid, además obtuvo el Premio especial del Jurado en el festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Tres años después Los puños de una nación (2005), de Pituka Ortega-Heilbron, presentó la historia de Roberto “Mano de Piedra” Durán como un símil de la esperanza del pueblo frente a la disputa política por el Canal de Panamá. También en esta primera década se estrenó Aqua Yala (2006), como una denuncia sobre el peligro de usar esclusas en el Canal de Panamá.

Durante la primera década del nuevo siglo se confirmó el interés de afianzar la escena de producción de cine panameño, con la creación de organismos como la Asociación Cinematográfica de Panamá (Asocine). De igual manera, Panamá se convirtió en el primer país centroamericano en ser incorporado al Fondo del Fomento del Cine, Ibermedia. Sin embargo, aún se hacía frente a la precariedad en los números de producciones nacionales.

Los esfuerzos por contrarrestar el rezago rindieron resultados de manera paulatina, muestra de ellos fue la creación del Festival Internacional de Cine Panamá (IFFPanamá) en 2012, que desde entonces se ha incorporado al circuito internacional que acerca el cine a los espectadores latinoamericanos. Además de ser el festival fílmico más grande de América Central y de promover la realización de actividades educativas gratuitas al público en general,  el IFFPanamá ha destacado por fungir como una plataforma de encuentro entre los jóvenes realizadores que comienzan a adentrarse al circuito de producción, y los narradores que ya han hecho carrera en el medio, abriendo un espacio de diálogo y sobretodo de aprendizaje, en una búsqueda constante del desarrollo y la presentación de la identidad panameña en las pantallas de todo el mundo.

Actualmente el cine panameño vive una etapa de auge en la filmación de nuevas historias, así como de los múltiples reconocimientos que estas cosechan alrededor del globo. Por ejemplo, la labor de cineastas como Pituka Ortega, responsable de la antes mencionada Los puños de una nación (2005), así como de una colaboración junto a Pinky Mon, Luis Franco Brantley, Carolina Borrero y Abner Benaim, en la realización de Historias del Canal (2014), un conjunto de cinco cortometrajes que se ubican en diferentes momentos del siglo entre 1913 y 2013, todos ellos con relatos impactados por el Canal de Panamá.

También, el trabajo de Abner Benaim, director de Yo no me llamo Rubén Blades (2018), es una prueba del buen momento que vive el cine del país. La película  presenta al músico panameño como eje narrativo, abordando ,de manera paralela, la relación de su música con algunos sucesos de la vida cotidiana en Panamá. O bien, Panamá Al Brown… Cuando el puño se abre (2017), dirigida por Ricardo Aguilar, quien retoma parte de las hazañas de Alfonso Teófilo Brown, un héroe nacional del boxeo, que a pesar de sus méritos no logró salir de la pobreza en la que vivió.

Si bien, el apoyo financiero que ofrecen programas como el Concurso Fondo Cine promovido por la Dirección General de Cine que, en su edición 2017 recibió la postulación de 72 proyectos, ha contribuido al aumento de estrenos panameños en la cartelera; la creciente inversión a la cultura nacional y las actividades formativas que fomentan la inclusión de un público cada vez más amplio e interesado por las películas, también ha desempeñado un rol crucial en el desarrollo cinematográfico de Panamá. Así, en el transcurso de la segunda década del siglo, somos testigos de la explosión de producciones panameñas recientes, que nos habla de un país incansable en el camino de compartir la riqueza de su cinematografía.

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