Cidade de Deus

Central do Brasil

Carlota Joaquina, princesa do Brasil

Cabra Marcado Para Morrer

Historia del cine brasileño

La transición al nuevo siglo

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La aportación de Embrafilme

Apoyado en una estructura política enfocada en la revalorización de la cultura, el Estado brasileño ganó terreno a la iniciativa privada y se convirtió en el mayor productor de películas de la época, de la mano de la empresa de producción y distribución Embrafilme, que formaba parte del Ministerio de Cultura.

Embrafilme fue creado en 1969, pero fue hasta 1976 cuando su aportación fue más visible al comprometerse por completo en los procesos de coproducción, distribución, exhibición y la comercialización de largometrajes dentro y fuera de Brasil. Se encargó también de producir y difundir filmes educativos, culturales técnicos y científicos, además de preparar profesionales del área, realizar actividades de investigación, publicaciones, entre otros.

Un dato significativo para dimensionar la contribución de Embrafilme fue que desde la década de los treinta hasta 1980 sumaban 1800 películas producidas en Brasil. Así, en 1978 el número de producciones brasileñas al año fue de 100 películas, de las cuales 20% fueron producciones de Embrafilme.
En lo que corresponde a la primera mitad de los años ochenta, los números crecieron a 433 largometrajes producidos con directores como Nelson Pereira dos Santos, quien dirigió tres de las adaptaciones literarias más representativas de la época: Azyllo Muito Louco, (1970); Tenda dos Milagres (1977); y Jubiabá (1986). Por su parte, el cineasta Carlos Diegues presentó en estos años filmes como Chuvas de Verâo (1978). Otras películas que destacaron fueron Eréndira (1983) de Ruy Guerra; O Rei da Noite (1975) de Hector Babenco; Lúcio Flávio, o Passageiro da Agonia (1977) y Pixote (1981).

En 1986 Embrafilme disponía de aproximadamente 27 millones de dólares para la producción de 50 películas previstas.

El apoyo estatal que impulsó considerablemente la industria del cine, también promovió la producción de cortometrajes y la prohibición de la colaboración extranjera. Estas fueron circunstancias que posibilitaron el crecimiento del número anual de espectadores nacionales: 100 millones al año. La década dejó un cine brasileño que creció considerablemente, sin embargo, a inicios de la década de los noventa, comenzó una etapa desafortunada para la creciente cinematografía brasileña.

Veinte años de dictadura militar, la muerte de Tancredo Neves antes de asumir el cargo de Presidente de la República, los años del gobierno de José Sarney y, finalmente el período de mandato de Fernando Collor de Mello, dejaron graves secuelas, entre ellas que el Ministerio de Cultura fuera comprimido en una Secretaría, además del desmantelamiento de Embrafilme en 1990. En ese año solo se estrenaron dos películas en Brasil.

Retomada del Cine brasileño

La “retomada” del cine brasileño se refirió a la reactivación de los proyectos de producción fílmica interrumpida a mediados de los noventa por la serie de eventos políticos ocurridos en la transición entre las décadas de los ochenta y los noventa.

Durante la presidencia de Itamar Franco ( 1992-95) se promovió la creación del Premio Rescate del Cine Brasileño que apoyó la producción de 90 películas, mismas que pudieron concretarse gracias a que los recursos restantes de Embrafilme fueron empleados. Aunado a esto, el decreto de la Ley Audiovisual en 1993, reforzó la producción y generó un incremento de 20 películas anuales.

En 1994, con la película Carlota Joaquina, princesa do Brasil, la “retomada” de cine en Brasil da pie a un ciclo de crecimiento, acentuado por una nueva generación de cineastas, que incluyó nombres como los de Monique Gardenberg, Suzana Moraes, Daniela Thomas, Sandra Werneck, Bia Lessa, Tata Amaral, Tânia Lamarca, Rosane Svartman, Eliane Caffé, Mirella Martinell y Fabrizia Alves Pinto .

Este momento del cine brasileño tuvo como principal característica la apertura hacia una diversidad consistente de temas y la producción de estilos, además de que en contraste con episodios anteriores en su historia, en este no manifestó compromiso alguno con un género dominante.

El boom del género documental

El apoyo que reanimó la vida del cine en Brasil, le concedió cualidades determinantes, entre ellas la capacidad de reafirmar la búsqueda y construcción de historias que conformaron su identidad. Con ello llegó el denominado boom del documental brasileño, que en ningún momento anterior había tenido mayor actividad. En la producción y en la recepción de la audiencia, la “Edad de Oro” del cine documental de Brasil comenzó firme en su propósito: comunicar la realidad histórica, física y emocional, descrito así por el documentalista Renato Barbieri.

El carácter educativo que adquirió el género documental en estos años, apuntó a lo que entonces ocupó los comentarios sobre un rescate histórico y la reconstrucción, mediante la experimentación de narrativas y soltura por no apegarse a algún estilo ya definido.

Otra clave para la proliferación del género, fue la aparición de cámaras portátiles y en consecuencia, un mayor acceso e interacción con la producción audiovisual. De lo anterior, surgieron productoras como Olhar Eletrônico (Mirada electrónica), TVDO en Saô Paulo, Antevê en Río de Janeiro y TV Viva en Pernambuco.

Algunos ejemplos de los resultados y proyectos que tuvieron este auge, además de un precedente marcado por Cabra Marcado Para Morrer (1984) de Eduardo Coutinho, fueron: Atlântico Negro – Na Rota dos Orixás (Atlántico Negro – en la Ruta de Los Orishas, 1998); Pierre Fatumbi Verger – Mensageiro entre dois Mundos (Pierre Fatumbi Verger – Mensajero entre Dos mundos, 2000) de Lula Buarque de Hollanda y (2000) de Ricardo Dias.

Cine del nuevo siglo

El siglo XXI inicia de manera positiva en el país, la producción anual se vio reflejada en 35 largometrajes y 150 cortometrajes y, además, la producción ocupó hasta el 2002 entre el 6% y el 8% del mercado de exhibición y en 2003 saltó al 20% con 22 millones de espectadores .

El segundo siglo para la cinematografía brasileña comenzó con temas llenos de crudeza e historias relacionadas con la violencia. Estas características se vieron reflejadas en títulos emblemáticos como Cidade de Deus (Ciudad de Dios, 2002), de Fernando Meirelles; Notícias de Uma Guerra Particular (1999), documental de Kátia Lund y João Moreira Salles; Babilônia 2000 (1999) y Santo Fuerte (1999), ambas de Eduardo Coutinho.

Producciones con elevados presupuestos y adaptaciones de obras literarias o basadas en acontecimientos históricos fueron también algunas de las propuestas fílmicas de inicios de siglo, las cuales fueron protagonizadas por personajes de televisión. Entre ellas destaca Orfeu, (1999) de Carlos Diegues; A Partilha (2001) de Daniel Filho; O Xangô de Baker Street (El Shango de Baker Street, 2001) de Miguel Faria Jr; Amélia (2001) de Ana Carolina; y Mauá – O Imperador e o Rei (199) de Sérgio Rezende.

Por otra parte, se encontraron producciones de mediano coste, bajo una línea de cómica: Bossa Nova (2000) de Bruno Barreto; Amores Possíveis (2001), de Sandra Werneck; Através da Janela (2000) de Tata Amaral; Eu Tu Eles, (2000) de Andrucha Waddington, y thrillers como Os Matadores (1997) y Açao Entre Amigos (1998), ambos de Beto Brant.

La cronología que devela la historia del cine de Brasil, es una constante que sube y baja, con crecimiento importante, así como desafortunados declives, ocasionados por el contexto sociopolítico. A pesar de esto, el nuevo siglo presentará nuevas propuestas de la mano de una joven generación de directores, entre los que sobresalen Kleber Mendoça, Gabriel Mascaro, Fabio Meira, Anna Muylaert, entre otros.

 

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