Jorge Ayala Blanco

El ingeniero visionario

– Por Roger Koza
Con solamente decir su nombre debería alcanzar para ser merecedor de un reconocimiento. Es evidente que la contribución de Jorge Ayala Blanco a la crítica cinematográfica latinoamericana es tan ostensible como la veintena de libros que publicó; todos buenos libros, y de una actualidad que excede el contexto de redacción y distribución. La prosa de Ayala Blanco es tan idiosincrásica como universal. Su forma de ver el cine es libre como pocas. Desconoce la genuflexión frente a las modas. Y cuanto se trata del cine de su país, el imperativo nacionalista no le nubla su clarividencia. Su patria, en estos menesteres, es el cine.
Ayala Blanco es por lejos el crítico más prolífico del continente y su voz singularísima no conoce heredero ni epígonos. Es, esencialmente, inimitable. Sucede que su estilo barroco y libertario no tiene parangón; no se puede transmitir, tan sólo recibir. Por cierto: dos párrafos suyos son reconocibles en medio segundo. De lo que se predica: así como existe el cine de autor, también podemos decir con Ayala Blanco que existe la crítica de autor. He aquí una prueba indesmentible.
El método de Ayala Blanco se circunscribe lúdicamente a su pasado profesional. El ingeniero químico industrial, es decir, el crítico, aplica la ecuación de Bernoulli concerniente al balance de energía. Dice en una entrevista que tuvo lugar en México para la televisión argentina: “Un crítico se puede situar en cualquier punto de la película y todas las fuerzas y todas las energías —potencial, dinámica, cinética, calórica— tienen que confluir ahí”. No es justamente un procedimiento metodológico frecuente en los críticos, pero a menudo los grandes exponentes de la profesión han sabido extraer de otros dominios del saber una forma inédita de lectura sobre las películas. Un genio como Manny Farber miraba el cine como un artista plástico y un carpintero, y de ahí surgía una forma expresiva no menos barroca que la de Ayala Blanco. La unión de ambos no es caprichosa. El estilo es aquí una condición necesaria para hacer hablar al cine de otra forma.
Ayala Blanco ha publicado sin interrupciones por más de 50 años. Literalmente, jamás ha faltado a su cita semanal con el cine y sus lectores. Si viaja deja sus textos listos antes de ausentarse de su país, pero una publicación es una cita ineludible. Corolario profesional: la continuidad responsable es la palabra que denota su ética de trabajo. Rigor, por otra parte, es el vocablo que define su producción imparable.
Ayala Blanco ha formado a varias generaciones de cinéfilos. La cantidad de colegas que han pasado por sus cursos de formación es apabullante: prácticamente cualquier crítico que empiece en México sus pasos profesionales lee y escucha al maestro de bigotes ingobernables. Y no solamente críticos de cine. Por sus talleres han asistido muchos cineastas, algunos que han triunfado en tierras lejanas, cuyos nombres habrá que adivinarlos. Es fácil.
Ayala Blanco merece todos esos premios que suelen ser de “oro”, y este que le estamos dando en particular. El oro es un metal precioso cuyo valor intrínseco es incomprensible. Solamente una creencia delirante puede haber encontrar en él un valor que determine las riquezas. Pero el oro brilla y es la única razón por la cual ese vocablo puede asociarse al trabajo de Ayala Blanco. Su escritura brilla, su inteligencia ilumina, y eso, por otra parte, es algo que el oro no puede comprar. Una carrera honesta, lúdica y lúcida como la de a quien hoy se le reconoce su trayectoria será muy difícil de identificar entre nosotros. La obstinación por pensar el cine y trabajar en consecuencia resulta en esta época una virtud en falta. Ayala Blanco es de la estirpe de los Bazin, Farber, Rosenbaum. No son muchos, pero son nuestros guías. Nuestro reconocimiento de su trabajo no es otra cosa que una forma de agradecerle todo lo que hemos aprendido de él.
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Jorge Ayala Blanco nació en la Ciudad de México en 1942 y se graduó como ingeniero químico industrial del Instituto Politécnico Nacional. No obstante, su temprana cinefilia rápidamente se abrió camino: contaba todavía 20 años cuando comenzó a publicar críticas de cine, en 1963. Desde esos primeros textos para el suplemento “México en la cultura” del diario Novedades, su prosa ha nutrido, sin pausa, la prensa mexicana a través de diarios y revistas como Excélsior, El Financiero, La digna metáfora y El Universal. Desde 1964, ha enseñado historia y análisis a varias generaciones que han pasado por el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, o que han asistido a sus cursos y talleres en todo el país. Su larga bibliografía incluye diez libros sobre cine mexicano (La aventura del cine mexicano, La condición del cine mexicano, La disolvencia del cine mexicano, La grandeza del cine mexicano, La ilusión del cine mexicano, La justeza del cine mexicano…), nueve sobre cine internacional (Cine norteamericano de hoy, Falaces fenómenos fílmicos, El cine, juego de estructuras, El cine actual, confines temáticos…), y nueve tomos de la investigación “Cartelera cinematográfica” sobre la exhibición de cine en México, de 1912 a 1989, junto a María Luisa Amador. En 1980 prologó y anotó la antología (que él mismo recopiló) “El gallo de oro” y otros textos para el cine, de Juan Rulfo. Jorge también tiene una modesta carrera de actor, con apariciones en cortometrajes estudiantiles, y ha participado en documentales como Los rollos perdidos de la Cineteca Nacional, de Gibrán Bazán (2012). Su labor ha sido homenajeada con el Premio UNAM de Docencia en Artes (2006), la Medalla Salvador Toscano al Mérito Cinematográfico (2010), la Medalla de la Filmoteca de la UNAM (2011) y el Premio a la Trayectoria en Investigación Histórica José C. Valadés (2011).