Almas de la costa

Soltero soy feliz

El pequeño héroe del arroyo del oro

Un vinten pal Judas

Historia del cine uruguayo

Los primeros años

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El cine en Uruguay ha sido intermitente en cuestión de su desarrollo, pues vivió periodos que no siempre le permitieron avanzar y trascender por razones principalmente  políticas y económicas.

Un ejemplo claro de ello es que no existió un seguimiento por parte de los realizadores y espectadores, ni se  partía de los avances que se pudieran haber concretado antes. Esta discontinuidad se tornó compleja al ser un factor repetitivo a lo largo del siglo XX.

Primeros años

En 1896 sucedió el primer momento relevante del  cine en  Uruguay, al realizarse  la proyección de algunos filmes de los hermanos Lumière en el entonces Salón Rouge. Sin embargo, el principio de la creación cinematográfica en el país apunta al año 1898, cuando un ciudadano español de nombre Félix Oliver filmó  Una carrera de ciclismo en el Velódromo de Arroyo Seco. Oliver llegó a Montevideo tras su paso por Europa y trajo consigo una cámara y  algunos rollos con los que registró  la carrera y poco después otras películas de breve duración como Juego de niñas y fuente del Prado (1899), Calle 25 de Mayo esquina Cerro (1900), Un viaje en ferrocarril a Peñarol (1900), Desfile militar en la Parva Domus (1902) y Zoológico de Villa Dolores (1902).

El nuevo siglo y los noticieros

El inicio del siglo XX llegó con cambios políticos importantes que definieron el papel del cine, en 1903 José Batlle y Ordóñez asumió la presidencia y dirigió un plan de reestructuración nacional que, entre algunos puntos, otorgaba al Estado el control de los bancos, abolía la pena de muerte, instauraba el voto secreto y después el voto femenino. Estas noticias tenían difusión principalmente a través de los diarios y de forma menos recurrente mediante noticieros que ya eran filmados por algunos camarógrafos provenientes de Buenos Aires. Entre estos materiales se encuentran algunos registros de la guerra civil de 1904, como El jefe de la vanguardia del Ejército del Sur, Coronel Basilisio Saravia, su Estado Mayor y su escolta y otros de La paz de 1904, que fueron filmados por un francés de apellido Corbicier.

Al llegar los años veinte, los noticieros cinematográficos  ya habían alcanzado su auge con filmes como Viaje presidencial (1924-25), de Henry Maurice, que se trataba del registro de las giras del presidente José Serrato. También, para ese entonces se habían hecho los primeros intentos  de establecer las bases de una industria nacional, pero fracasaron puesto que no se hacían películas uruguayas y la identidad cultural era permeada por filmes extranjeros que en buena medida fueron producidos por la empresa de Bernardo Gluksmann, un empresario austríaco dedicado a  la producción y distribución de películas en Argentina.

La compañía de Glucksmann, inicialmente establecida en el país vecino, fue un elemento clave en el desarrollo de la industria del cine argentino de aquel entonces, que al contrario de la uruguaya, ésta si logró desarrollarse en las primeras décadas del siglo XX. Este hecho podría explicar los motivos por los que algunos uruguayos, como el fotógrafo Emilio Peruzzi y el escritor Horacio Quiroga, emigraron a Argentina para desempeñarse en el campo del cine. Quiroga, por ejemplo, publicó críticas de películas, siendo el primer artista uruguayo en interesarse en dicha tarea.

En contraste con la salida de estos personajes de la cultura uruguaya, otro factor que tampoco favoreció la existencia de un cine nacional fue el inicio de la Primera Guerra Mundial, pues ocasionó un notable incremento en la población a causa de inmigrantes que poco a poco se establecieron en ciudades como Montevideo, atraídos por el crecimiento económico que experimentaba el país al posicionarse como un importante exportador de materia prima y recursos básicos para los países en conflicto.

Varios cinematógrafos de distintos países llegaron a Uruguay y comenzaron a realizar películas como Carlitos  y Tripin de Buenos Aires a Montevideo en ferrocarril (1918) del argentino Julio Irigoyen, Pervanche (1919) de León Ibañez Saavedra, Las aventuras de una niña parisién en Montevideo (1927) de G. de Neuville y H. Maurice y Del pingo al volante (1928) del director libanés Roberto Kouri,

¿Al fin nace el cine uruguayo?

El cine de Uruguay comenzaría a formarse a través de las primeras imágenes que tuvieron gran recibimiento por parte del público y que conformaron una aún indefinida identidad. La película Almas de la costa (1923) de Juan Antonio Borges, se presenta como el primer largometraje uruguayo de ficción y cuenta la historia de Nela, una mujer que vive junto a su hijo cerca del barrio de Malvín en la costa de Montevideo, en donde la pequeña familia enfrenta el acoso de un pescador y una enfermedad que aqueja a la protagonista. Más adelante se estrenaría El pequeño héroe del Arroyo del Oro (1929) de Carlos Alonso, que cobra importancia al relatar la leyenda popular de un niño que pierde la vida al defender a su hermana del ataque de un criminal, además de que en los primeros años de la tercera década del siglo, será la primer película en pasar por un proceso de sonorización en 1933.

                                                 

Dictadura de Terra y el proyecto de industria fílmica en Uruguay

Poco después del surgimiento de las primeras propuestas que apuntan a la formación de un cine nacional, comienza la dictadura de Gabriel Terra que se extendería hasta 1939, periodo en el que además de los exilios, los conflictos con sindicatos y la ruptura con la Unión Soviética y la República Española, se instalaron dos laboratorios, un estudio de rodaje y se produjeron cuatro largometrajes. Tal impulso en la producción en Uruguay se debe a la llegada al país del ya mencionado Bernardo Glucksmann, quien interesado en extender el alcance de su compañía, buscó liderar un proyecto de industria cinematográfica gestado en los tiempos de la dictadura.

Los contenidos y narrativas de las producciones de la época buscaban legitimar la corriente política que en ese momento ocupaba el poder en el país y es durante este periodo que a estas producciones nacionales se integra el sonido como un elemento del lenguaje cinematográfico. La primera de ellas en experimentar tal cambio fue El pequeño héroe del arroyo, reestrenada en 1933. Posteriormente continuó con los largometrajes: Dos destinos (1936) de Juan Etchebehere, Vocación? (1938) de Rina Massardi, Soltero soy feliz (1938), de Juan Carlos Patró y finalmente Radio Candelario (1938), de Rafael Jorge Abelláuno que, fungió como un relato subversivo en la época que consiguió mayor éxito entre el público; además, evidenció una forma de contar historias que comenzaba a pulirse, coherente con la realidad de la que emergió.

Durante la Segunda Guerra Mundial el cine uruguayo se paralizó a causa de las presiones políticas que el país enfrentaba al sostener relaciones diplomáticas con las Potencias del eje y los Aliados. La problemática prevaleció hasta 1945, año en que la guerra llega a su fin y Uruguay se declara en contra de Alemania y Japón para después adherirse a las Naciones Unidas.

Transcurrieron cerca de ocho años sin producirse una película, hasta que en 1946 se estrena Los tres mosqueteros de Julio Saraceni. Para 1947, Luis Battle Berres llega a la presidencia con la propuesta de industrializar el país y la economía uruguaya afianza su crecimiento por  la venta de productos básicos. En cuanto a la industria del cine, se redactan más de quince proyectos de ley en apoyo al desarrollo de la industria , pero no son aprobados y en consecuencia entre 1947 y 1952 solamente son producidos seis largometrajes.

A pesar de la falta de apoyo económico, la exhibición se establece como una práctica cada vez más aceptada: en la década de los cuarenta se contabilizaron treinta salas de estreno y doscientos cines en Montevideo, que proyectaban filmes traídos por distribuidoras comerciales coordinadas desde Hollywood.

Apreciación y crítica

De modo paralelo al estancamiento de las producciones nacionales y la aceptación de las proyecciones, surgió la crítica y apreciación  cinematográfica en Uruguay. En un principio, la revista Cine actualidad y después Cine Radio Actualidad se enfocaron desde 1936 en seguir los estrenos de la época.

Tiempo después en 1943, nace como un proyecto de Estado el Cine Arte del Servicio Oficial de Difusión Radio Eléctrica (SODRE), el primer archivo fílmico del país, seguido de la apertura de Cine Club y Cine Universitario en 1948. A partir de que estos espacios de apreciación fílmica ganaron relevancia, la crítica cinematográfica se posicionó como una labor influyente, informada en sus argumentos y propositiva en sus puntos de vista. Críticos como Homero Alsina Thevenet, el actor y director de teatro Antonio Larreta, el crítico y ensayista literario Emir Rodríguez Monegal y el escritor Mario Benedetti, se dieron a la tarea de encaminar esta emergente profesión.

Durante esta época de la llamada cultura cinematográfica, destacan los nombres de realizadores como Eugenio Hintz, (Diario Uruguayo, 1956), Ferruccio Musitell (La ciudad en la playa, 1961) y Carlos Magg (La raya amarilla, 1962). Del mismo modo, Eduardo Darino experimenta con dibujos animados, Ildefonso Beceiro realiza una adaptación de 21 días (1963), obra del escritor Enrique Amorim, que por su parte hacía cine experimental. Una red de colaboración entre fotógrafos, escritores, montadores, y otros oficios, suman fuerza para enriquecer las propuestas cinematográficas en Uruguay.

En tanto una participación consistente de la prensa respecto a los sucesos cinematográficos era notoria, se formuló la idea de realizar  festivales y congresos de cine. En mayo de 1958, el Departamento de Cine Arte del SODRE, organiza el “Primer Congreso Latinoamericano de Cineístas Independientes” con los filmes Rio, Zona Norte (Brasil, 1957), de Nelson Pereira dos Santos, Vuelve Sebastiana (Bolivia,1953), de Jorge Ruiz y Carnaval de Kanas (Perú, 1956) de Manuel Chambi. Además, el Congreso contó con la participación de figuras como Danilo Trelles, Leopoldo Torre Nilsson, Rodolfo Kuhn, Alejandro Saderman, Fernando Birri, Patricio Kaulen y  John Grierson, el impulsor del documental inglés.

La exploración de bases teóricas y metodológicas que conformaron herramientas para las nuevas generaciones de realizadores era un hecho, con ello se reconoció que los problemas en la realización de la cinematografía latina son frecuentes y que era necesario establecer y mantener comunicación entre los cineastas independientes de Latinoamérica.

Al fin, el cine uruguayo había progresado.

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