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Por Diego Lerer

Los seguidores de la música pop y electrónica chilena conocerán seguramente el nombre de Alex, su música y también la de su banda, Teleradio Donoso (para los que no lo conocen, digamos que suena bastante similar a Miranda!). Lo que acaso no sepan es que Alex acaba de debutar como cineasta con un filme que tiene varios puntos en común con ARA, ya que ambos se basan en temáticas LGBT y se apoyan en casos reales. En este caso es el del tristemente famoso asesinato del joven Daniel Zamudio, un adolescente gay de 14 años que murió tras ser atacado violentamente por un grupo de neo-nazis en Chile. La versión del filme es libre, solo inspirada en ese hecho.

Hay otra similitud entre ambas películas: las dos eligen utilizar personajes “secundarios” a la trama para que a través de ellos la historia le llegue al público, digamos, straight. Aquí es el padre del protagonista el que cobrará cada vez más protagonismo en la historia. La primera mitad (la mejor) se centra casi exclusivamente en Pablo, quien va soltando cada vez más de manera pública (y, sabrá después, algo arriesgada) su sexualidad, algo que solo oculta en su barrio y en su casa, en la que vive con su padre. Su cuarto es su resguardo, su mundo privado cuyas intimidades solo comparte con su amiga Mari.

Pero afuera no parecen estar dispuesto a aceptar a alguien como Pablo y si bien él lo sabe tampoco está dispuesto a esconderse permanentemente. Hasta que llega el hecho tan temido y el chico es brutalmente golpeado hasta quedar en coma. Allí la película se convierte en la toma de conciencia de Juan, el padre. No sólo de la sexualidad del hijo –de la que no parecía saber nada o elegía no mirar ni preguntar– sino de ciertas cuestiones como la cerrazón de miras del sistema privado de salud de Chile y la hipocresía de muchos de los que le rodean, desde sus socios a sus vecinos.

Curiosamente la segunda parte es la menos atractiva tanto en lo narrativo como en lo visual, ya que la ausencia de Pablo y sus amigos se hace notar, y Juan es una figura gris y solitaria de esas que tanto vemos en el cine latinoamericano. Pero, a la vez, es la más inteligente en lo que respecta a la mirada política del filme, extendiendo sus críticas de la violencia homofóbica a la violencia cotidiana que se ejerce con los ciudadanos chilenos cotidianamente, especialmente aquellos que no tienen los suficientes recursos. De algún modo, son dos películas en una: la primera, más entretenida e intensa, y la segunda, más gris y morosa. Ambas, de todos modos, ponen el acento en los costados más problemáticos de la economía, la política y la sociedad chilena. Costados que se pueden resumir en una frase: el desinterés y el desprecio por el otro, por el diferente, especialmente si no tiene ni la sexualidad ni la cantidad de dinero que “debería tener” para entrar en el sistema.


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