Insurgentes

La nación clandestina

Yawar mallku (La sangre del cóndor)

El grito de la selva

Para recibir el canto de los pájaros

Historias de un pueblo: el cine indigenista de Bolivia

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La presencia de las culturas indígenas ha influído de manera considerable en la idiosincrasia y la forma de hacer cine en distintos países latinoamericanos. En el caso boliviano, la cinematografía indigenista asume una relevancia peculiar al abordar como eje de sus narraciones a un grupo numeroso de la población. De acuerdo con el censo realizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), a inicios del siglo XXI el 62% de los habitantes pertenecen a alguna de las 36 etnias distribuidas en distintas partes del territorio boliviano.

Aunque en un comienzo, las películas bolivianas involucraron la temática indígena a sus historias, tuvo que transcurrir un tiempo para comenzar a perfilar intereses y objetivos críticos a la hora de hablar sobre el tema. El recorrido que ha seguido esta línea de realización en el cine del país ha experimentado distintas etapas, impactando en el ámbito político y cultural de Bolivia.

Así, en la historia de la cinematografía nacional, destacan algunos personajes como José Maidana, Jorge Ruiz, Augusto Rocha, Ricardo Rada, Oscar Soria y el director del sobresaliente grupo Ukamau, Jorge Sanjinés. Del mismo modo, sus aportaciones han tenido gran eco, no solo por sus logros técnicos, sino también por los personajes y las historias que han resultado entrañables en la conformación de la cosmovisión cultural en Bolivia.

Punto de partida: Reflejo de un choque cultural y primeros indicios de búsqueda identitaria

Son pocas las películas de la época silente que aún se conservan, entre ellas se encuentra Wara wara (1929), de José María Velasco Maidana, en la cual se presenta una historia sobre el romance de una princesa incaica y un capitán del ejército español, en el contraste de la guerra de conquista. El relato puede ser visto como punto de partida respecto a las producciones que narran algunos episodios históricos de Bolivia y emplean la ficción como directriz narrativa, además de construir un retrato de la identidad precolonial y postcolonial.

“Por fin en Bolivia podemos decir que contamos con la base de una cinematografía que lleve al exterior toda la grandeza de nuestra cultura prehistórica, y más que todo, haga la propaganda de las incalculables riquezas de nuestro suelo…”. Así se enunció en un texto publicado en el Diario de la Ciudad de La Paz, en octubre de 1929, al referirse al estreno de Wara wara, que contó con buen recibimiento por parte del público, dando cuenta de la empatía generada a partir de ciertos rasgos culturales y emocionales.

https://www.youtube.com/watch?v=DUmlU-lw_ng

Casi tres décadas después, en 1953 se realizó el mediometraje Vuelve Sebastiana, dirigido por Jorge Ruiz y Augusto Rocha, que ubica su relato entre los miembros de la etnia de los Chipaya, de la que es parte Sebastiana Kespi, sobre una niña a cargo del rebaño de ovejas de su familia. Un día, Sebastiana rebasa los límites de su pueblo y entra en tierras aymaras, por lo que su abuelo sale en su búsqueda.

La importancia de este filme de veintiocho minutos no solo recae en los elementos de los que se vale para articular la historia, tal como la voz en off, sino también en la manera en la que conforma un diálogo entre el documental y la ficción, con un trasfondo que permite ver las condiciones de vida de la etnia Chipaya, sus costumbres y tradiciones, además de la precariedad en la que viven.

Por otro lado, esta película fue de las primeras producciones bolivianas que obtuvieron reconocimiento internacional en este ámbito, pues en 1956 ganó el Primer Premio del Festival de Cine de la Alcaldía Municipal de La Paz y el II Festival Internacional de Cine Documental y experimental del S.O.D.R.E. en Montevideo, Uruguay.

Grupo UKAMAU: La concepción de un cine revolucionario

En un momento en el que la injusticia social abrazaba al país, algunos cineastas encontraron en ese panorama, una guía para hacer del cine una herramienta de cambio, revolución y protesta.
De esta forma comenzó, en la década de los sesenta, el auge de las expresiones sobre la temática indígena en el cine boliviano, con las labores del grupo Ukamau, encabezado por el realizador Jorge Sanjinés.

El grupo surge en un proceso de gran transformación estructural del país a raíz de la Revolución Nacional de 1952, en el que algunos artistas e intelectuales plantearon la interrogante sobre cuál fue su papel en esa etapa de cambio trascendental. El cine adquirió un compromiso político, con el objetivo de crear conciencia, dar voz a testimonios y generar un vínculo con el pueblo. Se empezó a experimentar un desarrollo imprescindible en la manera de narrar las historias en las películas, tanto en el aspecto técnico como en el contenido. Ante esto, quizá una de las características más sobresalientes de esta corriente cinematográfica, aún vigente, es la de trabajar desde la realidad con personajes que reinterpretan su propia experiencia, propiciando un carácter documental irrefutable, además de emplear la ficción como recurso narrativo y herramienta pedagógica.

El primer trabajo representativo de Jorge Sanjinés y del grupo conformado por Oscar Soria y Ricardo Rada, fue Revolución (1963), un corto documental que a través del montaje reúne imágenes, música y sonidos naturales, con los que resume parte de la historia del país y las condiciones que en ese momento vivía gran parte de la población, entre desempleo, pobreza, hambruna y altos índices de mortalidad. Además, el cortometraje se convirtió en una de las primeras producciones en abrir la brecha del cine político en Latinoamérica, al preocuparse sobretodo, por los movimientos populares y su lucha.


Ver a las películas como una expresión de militancia fue algo que se concretó con Ukamau (1966) de Jorge Sanjinés, una película que narra una serie de acontecimientos a partir del asesinato de la esposa de un campesino aymara de nombre Andrés Mayta, que finalmente concluye en la venganza. Es interesante mencionar que el filme se produjo desde el Estado con el apoyo del Instituto Cinematográfico Boliviano (ICB), por lo que contó con un mayor número de recursos en su producción. Por otro lado, el largometraje fue el primero en ser hablado en lengua aymara y es a partir de esta película que el grupo de realizadores adoptó el nombre que hasta el día de hoy los representa. La palabra proviene de la lengua aymara y significa “así es”.

Cine como herramienta de denuncia

Después de que Jorge Sanjinés dejó la dirección del ICB en 1967, el grupo Ukamau continuó trabajando de manera independiente. El siguiente título que cobró importancia en la filmografía del grupo fue Yawar Mallku (Sangre de cóndor) (1969) dirigida por Sanjinés. Su surgimiento tuvo lugar al enterarse que los voluntarios que integraban los Cuerpos de Paz norteamericanos, gestionados por el gobierno de Estados Unidos, esterilizaban mujeres campesinas sin su consentimiento, bajo la insignia del proyecto Programas de Control de Natalidad. Así, la narración cuenta la reacción defensiva por parte de los grupos indígenas que se vieron afectados. La película tuvo un gran impacto social y político y, en consecuencia, se formó una comisión de investigación de la Universidad Mayor de San Andrés. Poco tiempo después el gobierno boliviano expulsó a los Cuerpos de Paz.

Apenas en su primera década de actividad, el grupo ya se había posicionado como un referente de las producciones nacionales en Bolivia. Dos años después, con El coraje del pueblo (1971), abordaron el tema de la lucha en el sector minero. Sin embargo, después de terminar la película, los miembros del grupo Ukamau no pudieron regresar a Bolivia pues el filme evidenciaba a algunos jefes del ejército, ministros y personajes del medio político que habían participado en la opresión a grupos mineros, tal como en la conocida masacre de La noche de San Juan.

Es en ese periodo, mientras los realizadores de Ukamau se encontraban fuera del país, que realizaron El enemigo principal (1974). Aquí se relata la historia sobre unos guerrilleros que llegaron a una aldea peruana con el objetivo de reclutar hombres para combatir, por lo que para convencer a los aldeanos, asesinan a un hacendado culpable de numerosos abusos. Sin embargo, son pocas las personas que deciden sumarse a los guerrilleros.

En la década de los años ochenta, durante la dictadura de Luis García Meza, se filmó Las banderas del amanecer (1985), que se encargó de recoger la memoria de la lucha popular del pueblo por la recuperación del proceso democrático hasta el año de 1982, cuando se cumplió tal objetivo.

Una mirada reflexiva sobre la identidad cultural

Otra producción que data de los años ochenta es La nación clandestina (1989), la cual ha sido considerada como una de las producciones más importantes del grupo Ukamau, pues aborda el tema de la transculturación como la interacción entre dos culturas bolivianas. La película relata las acciones de Sebastián Mamani, un indígena aymara que ha sido exiliado de su comunidad acusado de traición. El hombre se dirige a la ciudad e intenta sobrevivir, pero no consigue adaptarse a la forma de vida y a las dificultades que su propia condición indígena implican en ese contexto, por lo que sin esperanza, regresa con su gente dispuesto a afrontar el mayor castigo, que es bailar la danza del Tata Danzante hasta la muerte, a causa del esfuerzo realizado.

Cabe señalar que uno de los logros de La nación clandestina es que contrasta el carácter colectivo de ambas culturas, así como el aislamiento que asumen los pueblos indígenas como garantía de su preservación, pues al estar distanciados de algunos procesos urbanos de la globalización, al mismo tiempo, son vistos despectivamente como una otredad.

Otro ejemplo del encuentro entre dos culturas a partir de un ejercicio de reflexión en el cine, se encuentra en Para recibir el canto de los pájaros (1995), en donde un grupo de cineastas hace lo posible por realizar una película sobre la conquista española. En ella las formas de representación se vuelven el centro de atención al mostrar la manera en la que los realizadores interactúan con los habitantes de la comunidad indígena que visitan y los incluyen en la ficción. La película cuenta con la participación de la actriz inglesa Geraldine Chaplin, quien interpretó el papel protagónico de una mujer francesa que llega a Bolivia y comienza a trabajar con un maestro de la etnia Kayawalla. Chaplin, ya había actuado en una producción latina: La viuda de Montiel (1979), dirigida por Miguel Littín, sin embargo, en este filme de Jorge Sanjinés participó por primera vez de manera directa en una narración con temática indígena.

Respecto a los reconocimientos que logró este filme, se encuentra el Premio del Jurado de la Juventud del Festival de Locarno y el Primer Premio DIADONIA OCIC como Mejor Filme Boliviano, ambos en 1995.

El logro de una estética del cine indigenista y la reafirmación de su compromiso social

La realidad muestra un escenario en el que parecen existir dos Bolivias: una de la cultura mestiza y la otra de la cultura indígena. Frente a ello, el grupo Ukamau sigue atrayendo jóvenes cineastas que también buscan hacer del cine un instrumento que emocione a sus protagonistas y espectadores, y así logre transmitir su mensaje.

En la última década del siglo XX, se han estrenado producciones que subrayan la valía de las tradiciones indígenas, como Sayariy (1996), una película con escenas de El Tinku, un ritual de Norte de Potosí, en el que se ofrenda una danza a la madre tierra. Por su parte, en El grito de la selva (2008), se presenta la historia de una compañía de tala forestal que busca convencer a una comunidad indígena de la zona respecto a los beneficios que recibirá, por el contrario, los indígenas rechazan las labores de la compañía y encuentran la manera de sacarlos del territorio.

Más reciente es Insurgentes (2012), de Jorge Sanjinés, un proyecto de ficción y, al mismo tiempo, un ejercicio de memoria histórica que muestra una especie de radiografía del movimiento indígena y las formas en las que este ha cambiado dentro de la estructura social del país. Esto ocurrió hasta el punto en que Evo Morales, un indígena aymara, llegó a la presidencia como resultado del proceso de una lucha por la recuperación de la soberanía indígena perdida.

También resulta interesante mencionar la participación de distintos organismos que fomentan la actividad indígena en la cinematografía nacional. Por ejemplo, el Centro de Formación y Realización Cinematográfica (CEFREC), que desde 1989 promueve un cine y video con base en las experiencias de las comunidades indígenas y grupos populares, dando como resultado un total de 400 producciones audiovisuales y 600 programas de televisión que se enmarcan en la gran variedad cultural de Bolivia.

Por otro lado, el grupo Ukamau sigue activo, realizando continuamente producciones y abriendo espacios para formar nuevos cineastas, compartir su visión y la de los pueblos con el público de todo el mundo, pues la vasta trayectoria que le antecede también le ha valido el reconocimiento internacional. Sin embargo, aún se esfuerza por contribuir a una aceptación entre las culturas bolivianas, que en muchos casos discrimina a los grupos indígenas.

Actualmente, existe un cine indigenista en formación que se rige por su completo apego a la realidad y busca ser, más que un producto comercial, un proceso de reflexión, una herramienta de exploración y una construcción de identidad, que ya no solo sirve para enunciar lo indígena, sino para empoderar a las comunidades y convertirlas en realizadoras, protagonistas y agentes de cambio.

 

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