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En Europa y en Estados Unidos, a finales de los cincuenta, los primeros movimientos subversivos entraban a escena en el marco de la Guerra Fría. De forma paralela, los países latinoamericanos ya experimentaban la presencia hegemónica de la nación norteamericana a través de estrategias políticas y económicas para extender su influencia y evitar la instauración del comunismo en los países del sur. Ejemplo de ello fue la creación de la Alianza para el Progreso, propuesta en 1961 por el gobierno de John F. Kennedy, una iniciativa que consistía en otorgar apoyo económico y social a la región latinoamericana. No obstante, el propósito final de este plan era lograr la extensión del imperialismo y fortalecer los cuerpos de oposición en contra de las luchas subversivas que pudieran tomar como ejemplo el triunfo de la Revolución Cubana de 1959.
Sin embargo, para que la fiebre revolucionaria se extendiera solo hacía falta que en algún lugar detonarán las protestas en contra del autoritarismo y el sistema dictatorial que caracterizó a los gobiernos de varios países latinoamericanos en el siglo XX. Quizá este aspecto constituyó un común denominador en los movimientos sociales de América Latina y una similitud interesante con los eventos ocurridos en el viejo continente, donde la mayoría de los países, a pesar de no estar bajo la presión de una dictadura, tenían limitada la participación democrática de grupos sociales como el de los obreros y los estudiantes. Al respecto, es posible que esto también evocara una solidaridad entre resistencias de distintos puntos y contribuyó a conformar la identidad revolucionaria de las sociedades en la década los sesentas.
A mediados de los años sesenta las intenciones imperialistas norteamericanas detrás de las imposiciones de poder en Latinoamérica eran evidentes y amenazantes. De alguna manera, el desacuerdo frente a estas formas de gobierno incentivó la organización de grupos sociales que eran conscientes de las afectaciones que estos esquemas estatales significaban e identificaron una oportunidad de fortalecimiento a través de la cooperación en la lucha. En agosto de 1966 La Habana fue sede del Cuarto Congreso de Estudiantes Latinoamericanos, donde se conformó la Organización Continental de Estudiantes Latinoamericanos, que tuvo como meta primordial “promover la solidaridad activa de los estudiantes del continente en la lucha contra el imperialismo, y a consolidar los vínculos que los unían con los campesinos y con los obreros”. Así, la oposición adquirió un carácter internacional y nuevamente los jóvenes, intelectuales y trabajadores, afianzaron la idea de unión en rebeldía.
La convergencia de distintos frentes con ideología revolucionaria fue un gran riesgo para el orden imperialista y no perdieron oportunidad de intentar desarticularlos. El gran recurso empleado para dicha tarea se presentó en 1967 con la noticia de la muerte de Ernesto Guevara de la Serna, comandante de la revolución cubana y popularmente conocido como el Che Guevara. Entre las versiones que circularon por los medios de comunicación se habló de su captura con vida, pero también mencionaron que fue asesinado por órdenes del gobierno boliviano.
La imagen de la caída de una figura internacional de la revolución fue aprovechada para generar desconfianza y ser difundida para frenar a los grupos guerrilleros y simpatizantes de la izquierda. Sin embargo, cuando la fotografía del cuerpo de Guevara llegó a las audiencias, éste fue visto como un símbolo de rebeldía. No pasó mucho tiempo para que otra fotografía del Che, esta aún con vida, se reprodujera como un producto comercial con alcance global, convirtiéndose en un referente de lucha social paras las generaciones que transitaron por la década de los sesenta.
Ecuador
Uno de los primeros escenarios del protagonismo dictatorial durante la segunda mitad del siglo XX en Latinoamérica se dió en Ecuador, puesto que las sublevaciones sociales ya tenían un precedente en el caso de Guayaquil en 1959. Aquí la población manifestó su descontento a causa de las dificultades económicas como consecuencia de un decremento en la exportación y un considerable aumento en los productos de consumo diario. Así, el clima de inestabilidad abrió paso a la intervención de un régimen totalitario denominado Junta Militar de Gobierno, que, encabezado por la derecha nacional y dirigido por la embajada norteamericana, asumió el poder a inicios de julio de 1963.
Para superar las dificultades económicas, en un principio el régimen gestionó el otorgamiento de un préstamo internacional y la promulgación de una reforma tributaria y otra agraria, sin embargo no tardó ni un año en perder el visto bueno de la opinión pública. En 1964 la Cámara de Comercio de Guayaquil manifestó su rechazo a las medidas tomadas por el gobierno respecto a eliminar la autonomía de algunas de sus instituciones; ante estas protestas comenzó un periodo de represión violenta acompañada de numerosas sentencias de prisión a los opositores del plan político de la dictadura. Sin embargo, la liberación de algunos detenidos se logró a partir de una marcha el 3 de octubre, en la que destacó la participación femenina, con manifestantes vestidas de negro denunciando la opresión con la que la Junta actuó.
Continuaron las persecuciones y represalias, ya no solo contra los dirigentes laborales o personajes de partidos opuestos al mandato dictatorial, ahora también contra los estudiantes, que se habían unido a las acciones de protesta. Por ello, en 1965 las tropas ingresaron a la Universidad de Guayaquil y Quito y obstruyeron el flujo de la información en emisoras de radio y en diarios de la región. Aún así, los hechos comenzados en Guayaquil ya eran noticia nacional y la protesta se extendió vertiginosamente por todo el territorio ecuatoriano. En marzo de ese mismo año, las fuerzas armadas invadieron
nuevamente la Universidad Central de Quito y sometieron agresivamente a estudiantes, académicos y trabajadores. Pero la insurrección resistió a los ataques y finalmente el 30 de marzo los dictadores cedieron el mando a Clemente Yerovi Indaburu.
Brasil
En el caso brasileño, el 1 de abril de 1964 comenzó una dictadura que destituyó a Joao Goulart como presidente electo, que contaba con el apoyo de los grupos burocráticos y del gobierno de Estados Unidos. Tras el suceso, manifestaciones en distintas partes del país fueron reprimidas en repetidas ocasiones, pero a pesar de aquellos episodios violentos, la oposición consiguió conformar grupos como la Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR), a lo que la dictadura respondió con un nuevo decreto llamado Ley de Seguridad Nacional (1969), que legalizó la pena de muerte sobre aquellos que alteraran su orden establecido. Ya desde 1968, con Artur da Costa e Silva en el poder, la nación brasileña comenzó un periodo conocido como Años de plomo, etapa de brutal violencia y violación de derechos humanos y civiles que afectó a gran de cantidad de brasileños y se extendió durante los tiempos de dictadura (1964 – 1985).
Chile
Mientras tanto en Chile, el Partido Democrático Cristiano (PDC) accedió al poder en 1964, y con Eduardo Frei Montalva a la cabeza, se empleó un plan de gobierno bajo la consigna denominada Revolución en Libertad. En este plan fueron propuestas una serie de reformas en materia económica, afectando directamente a los sectores agrarios e industriales. Uno de los ejemplos más destacados de este periodo fue el concepto de chilenización del cobre; que consistía en que poco más de la mitad de las ganancias generadas por parte de este mercado minero serían tomadas por el Estado. En oposición a las medidas del PDC, los grupos izquierdistas se concentraron en debilitar la confianza de la población hacia el gobierno en turno, que para ese momento contaba con menos simpatizantes debido a que no se había logrado gran parte de los objetivos propuestos en cuanto a mejoras económicas y laborales. A partir de 1966, hubo un crecimiento importante de los movimientos obreros y campesinos como respuesta al estancamiento económico que no había mejorado lo suficiente, por otro lado en la Universidad Católica de Santiago, la Universidad Federico Santa María y la Universidad de Concepción, se manifestaron algunos grupos huelguistas.
Venezuela
En tanto, la situación en Venezuela era muy similar; ya que desde los últimos momentos de los años cincuenta, el pueblo venezolano enfrentó la impunidad y la agresión del Estado liderado en esos años por Rómulo Betancourt, en una supuesta etapa en la que la democracia regresaría. Más tarde con la llegada de Raúl Leoni a la presidencia, la situación se mantuvo igual entre detenidos y desaparecidos, además de la irrupción de las fuerzas del gobierno en la Universidad Central de Venezuela en 1964
México
Los sesentas tampoco dieron tregua a México, en especial durante 1968, año que hasta la fecha se recuerda con la frase: “Dos de octubre no se olvida”. Casi a la par de los acontecimientos del Mayo Francés, en América Latina el ambiente de solidaridad que se había construído con base en la causa revolucionaria también llegó a tierras mexicanas, donde el poder ejecutivo, encabezado por Gustavo Díaz Ordaz, decidió asignar un rol político al ejército e hizo posible la numerosa presencia de militares en la capital. Aunado a eso, las manifestaciones de los estudiantes corrían el riesgo de ser violentadas.
Paulatinamente, las asambleas en pos de una reforma universitaria abrieron múltiples mesas de discusión en recintos educativos y, en algunos casos, también en lugares públicos como las reuniones realizadas en la Plaza de las Tres Culturas previo al 2 de octubre. Poco a poco los eventos se politizaron más y semanas antes del inicio de los Juegos Olímpicos, los estudiantes decidieron reunirse en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas, donde fueron atacados por elementos del ejército y grupos de choque. El atentado resultó en un número impreciso de víctimas mortales, pues cuando las autoridades hablaron de aproximadamente 28 muertos, los testigos aseguraron que el genocidio había sido mucho mayor.
La matanza mexicana del 68 se convirtió en un ejemplo de las consecuencias que dejó la aplicación de doctrinas de seguridad nacional con el imperialismo como apoyo. No obstante, el legado de las luchas sociales no murió con los sesentas, ha sobrevivido al cauce del tiempo y aún inspira batallas culturales que son necesarias para romper con el autoritarismo y eso es evidencia de que la extensión de la revolución fue mundial.
Paulo Freire y la alfabetización concientizadora
En el transcurso de los años cincuenta y parte de los sesenta surgieron algunos planteamientos teóricos que se concentraron en cuestionar el esquema educativo y los sistemas pedagógicos que imperaban en la época. Ante eso, las conclusiones que poco a poco emergieron, señalaron las formas de enseñanza como una preocupación central de la situación cultural que la sociedad entonces vivía. Uno de los principales estudiosos sobre el tema fue el educador brasileño Paulo Freire, quien se refería a esa estructura escolar como una herramienta para que los individuos se adaptaran sin complicación al sistema social, evitando así cualquier tipo de desviación ideológica sin movimientos ni conflictos. Incluso esta pedagogía recibió el nombre oficial de educación para el desarrollo, que entre sus varios objetivos, buscó fortalecer los métodos de implementación de mano de obra como primer motor de las economías de los países en vías de desarrollo y la expansión de los ya industrializados. En ésta también los trabajadores tendrían que ser capacitados para realizar, de modo eficiente, las tareas que los grupos dominantes requirieron, estableciendo una forma de legitimar el poder.
Como alternativa de acción al problema que la situación anterior supuso para Freire, el brasileño manifestó que la educación es un factor determinante para el verdadero progreso de las sociedades, que de igual manera sirve a la liberación de los sectores oprimidos o que viven sujetos a una conciencia con valores implantados hegemónicamente. Habló entonces de una liberación de conciencia, es decir, ya no solamente abarcó el término con el que Alfred Sauvy explicó la existencia de países del tercer mundo, o la definición hecha por Yves Lacoste sobre el subdesarrollo. Paulo Freire pasó de hablar sobre el problema de la independencia económica y política al tema de la liberación de las ideas y conductas que determinan el mantenimiento del orden social. A su vez, su propuesta se conformó como una pedagogía al estructurar un método de enseñanza y, específicamente, uno de alfabetización. Más allá de alfabetizar, se interesó en gestionar la capacidad y el derecho a la expresión, a tomar conciencia de su entorno y formar narradores del período histórico. Esa fue su alfabetización concientizadora
Orlando Fals Borda y el método científico de Investigación Acción Participación
A comienzos de la década de los sesenta el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda compartió sus ideas respecto a las formas de conducta en comunidad y la manera en que estas se ubican como piezas claves en el desarrollo de una investigación que busca transformar el entendimiento de los conflictos sociales. Con la Investigación Acción Participativa (IAP), Fals Borda propuso una metodología que, a través del diálogo, contaría con la participación directa de ciertos grupos sociales que hasta ese momento eran vistos desde un ángulo externo y lejano.
Así, la IAP redefinió los roles asignados al investigador y al investigado y determinó que uno de los recursos imprescindibles de su método sería la producción colectiva del conocimiento. De modo que estableció contacto con los sujetos inmiscuidos en procesos sociales y los reunió en búsqueda de opciones de transformación. También abordó la naturaleza de los movimientos sociales como un problema colectivo en el que los individuos reconocen un pasado y, a través de la interacción, construyen un saber presente con propósitos colectivos y con ello logran reconocerse como los actores del cambio.
El rol de los medios de comunicación en los tiempos de cambio social
Aunque en algunos casos, como el de Argentina, la expansión de la televisión tardó un poco más al hacerse licita la apertura de canales privados, ya desde el comienzo de la segunda mitad del siglo la identidad de la radio cambio como consecuencia de la
llegada y auge de la televisión como medio de comunicación masiva. Esto afectó sus funciones sociales, los horarios de operación y también al público oyente, que comenzó a recibir más contenidos informativos, a lo que frente a cualquier eventualidad ocurrida en el margen de los movimientos sociales, la represión que sufrían o los logros obtenidos, la radio se perfiló como una herramienta imprescindible para las sociedades latinoamericanas.
De este periodo, destaca aún más la importancia de estar informado y la inmediatez con la que se comunicó un acontecimiento, además del enfoque contestatario que formularon algunos medios de comunicación. Por ejemplo, en países como Ecuador y Colombia se multiplicaron las labores en el ámbito radiofónico, en el que se llevaron a cabo diversas campañas de alfabetización. Por otra parte, la música rock tuvo difusión en las estaciones latinoamericanas y a pesar de ser cuestionada como una importación del imperialismo, el género entró en escena para contrastar las propuestas regionales, que en ese momento comenzaron a obtener atención mediática, tal como las canciones de protesta.
Música
La universalidad de la música ha sido siempre un factor importante al reflexionar sobre la relación de las artes con el contexto político y social en distintas épocas. En los sesentas, su relevancia consistió en integrar a las piezas una narrativa oral que pudo ser captada por todo tipo de público sin importar su nivel sociocultural. Nació la canción de protesta y los músicos conformaron una nueva escena; una forma de retomar el descontento social y comunicarlo claramente para invitar a la toma de conciencia. Los temas y relatos que estas canciones articularon e influyeron definitivamente en la ideología de los escuchas, que en muchos sentidos se identificaban con las letras y con el contexto que les rodeaba.
Regresando al origen de este género, habría que mencionar que su surgimiento se relaciona con la creación de sindicatos de obreros en Estado Unidos, así como la creciente organización sindical en Inglaterra, durante las primeras décadas del siglo XX cuando crearon nuevas piezas al añadir letras politizadas a melodías tradicionales. En Latinoamérica, tras la Revolución Cubana y los estragos de la Guerra de Vietnam, surgieron estas canciones comprometidas con un discurso revolucionario que enmarcó los ideales contestatarios de la época y que, ante todo, buscaban la unidad de las minorías y el cambio de la estructura política, económica e ideológica, haciendo mención de temas como la represión, la fuerza de la lucha subversiva, la pobreza, los marginados, etc.
Entre las primeras ramificaciones definidas de la canción social emergió la nueva trova cubana con exponentes como Silvio Rodriguez, Pablo Milanes, Lázaro García, Noel Nicola. etc. Poco después se haría presente en Venezuela con Alí Primera y Soledad Bravo, en Chile con Violeta Parra, Inti-Illimani y Víctor Jara. Lamentablemente, al notar la popularidad de esta música, los grupos opresores decidieron ejercer la misma violencia para reprimir esas expresiones y a sus simpatizantes. Por ejemplo, en Guatemala durante el gobierno del General Efraín Ríos Montt, cualquier persona que fuera sorprendida escuchando a Los Guaraguao o Los hermanos Mejía Godoy era duramente castigada, privandole de sus derechos. Con fuerza, el movimiento musical siguió en pie y en 1967 se realizó el I Encuentro Internacional de la Canción de Protesta.
Boom literario
El panorama político latinoamericano y los acontecimientos de Europa que también tuvieron eco, se reflejaron en la literatura de los sesenta a través de un boom literario que alcanzó distintos géneros como la poesía y la novela. Entre los personajes más conocidos se encuentra el escritor chileno José Donoso, quien en 1966 escribió El lugar sin límites, novela que habla sobre una sociedad que se resquebraja y plantea cuestionamientos sobre los pilares que alguna vez sostuvieron el orden. También, Juan Carlos Onetti de Uruguay, quien en 1963 publicó el cuento Tan triste como ella. En Colombia Gabriel García Márquez publicaba Cien años de soledad en 1966, su novela más célebre que le valió el Nobel de literatura. Por su parte, el argentino Julio Cortázar publicaba en 1963 su novela Rayuela, y cuatro años después escribió La vuelta al día en ochenta mundos.
A inicios de los sesenta el mexicano Carlos Fuentes terminó de escribir Aura (1962), la historia de Felipe Montero, a quien le ha sido encomendada la tarea de terminar de escribir las memorias de un difunto. Casi a final de la década, Fuentes también escribió un ensayo titulado París, la Revolución de mayo (1968). Más hacia el sur, el peruano Mario Vargas Llosa escribió su primer novela, La ciudad y los perros. Por su parte, José Lezama Lima de Cuba, publicó en 1966 la versión completa de su novela Paradiso. Quizá el principal elemento de este florecimiento cultural en el campo de las letras, se debió a un creciente interés por emplear una técnica y estilo particulares para hablar de la vida de este lado del mundo, valorando los recursos narrativos que la experiencia latinoamericana concedió y sobreponiéndose a aquellos referentes europeos o norteamericanos.
El cine
Brasil y el Cinema Novo
En el terreno cinematográfico cada región y país mostró interés por retratar la vida que acontecía durante aquellos años y puso en discusión los problemas y denuncias que anteriormente no tenían lugar en la pantalla. Uno de los primeros ejemplos del rol social del cine en una labor militante y de denuncia fue el Cinema Novo en Brasil, que buscó la descolonización tanto económica como cultural a través de una toma de conciencia social y política. Este movimiento estableció una ruptura con el cine de entretenimiento que dominaba la pantalla, en especial con las chanchadas, producciones realizadas en poco tiempo y con un presupuesto muy bajo, que sobretodo, se distinguieron por el abordaje de temas sobre la vida cotidiana, haciendo uso del lenguaje y los usos populares con una inclinación hacia lo carnavalesco y satírico.
Como un nuevo movimiento se caracterizó por el énfasis al emplear recursos del realismo, de esta forma el lenguaje documental permeó en las ficciones. También se convirtió en un cine con instrumentos que al momento eran sumamente innovadores como el uso de la cámara al hombro o planos largos que asemejan a estilos contemporáneos como el neorrealismo italiano y la nouvelle vague francesa. Al mismo tiempo estuvo acompañado de textos teóricos, donde sobresale la labor de Glauber Rocha con su ensayo “La estética del hambre”, publicada en 1965.
Como parte de los principales ejemplos del Cinema Novo destaca Cinco Vezez Favela (Cinco veces favela, 1962), de la colaboración entre Marcos Farias, Miguel Borge, Carlos Diegues, Joaquim Pedro de Andrade y León Hirszman. Una narración sobre la vida en las favelas presentada en cinco episodios. Glauber Rocha filmó Barravento (1962), película en la que contrapuso el pensamiento político y las creencias religiosas. Por su parte Ruy Guerra realizó Os Cafajestes (Los criminales, 1962), que incluyó el primer desnudo frontal femenino en la historia del cine brasileño, razón por la que fue censurado 10 días después de su estreno.
Durante la primera mitad de la década de los sesentas se estrenaron tres producciones importantes con eco internacional: Vidas secas (1963) del director Nelson Pereira dos Santos, que plasma la vida de una familia campesina en busca de tierra fértil. El drama y la violencia penetró la pantalla en Deus E Diabo na Terra do Sol (Dios y el Diablo en la tierra del Sol, 1964) de Glauber Rocha y en Os Fuzis (Los fusiles, 1964) de Ruy Guerra, donde un soldado busca parar a una población de campesinos hambrientos de saquear un depósito de comida.
Superocheros en México
En México el formato de filmación en 8mm fue empleado principalmente para uso casero desde la segunda mitad de los sesenta. Sin embargo, entre las primeras producciones de las que se tiene registro se encuentra El kilómetro trágico (1956), una película filmada por un ferrocarrilero de nombre Mateo Ilizaliturri de la Vega, en la que capturó la rutina de trabajo de sus compañeros. Después, en 1968 el uso de 8 mm cobró mayor relevancia, puesto que a medida que el movimiento estudiantil tomaba fuerza, algunos estudiantes del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) con la cámara en mano, decidieron unirse a las marchas y actividades organizadas por los contingentes para crear evidencia visual de los acontecimientos.
Un ejemplo de los materiales recabados que también eran exhibidos en los auditorios de las escuelas fue Únete pueblo (1968), realizada por Óscar Menéndez, en el que buscó difundir las propuestas y avances generados en las asambleas realizadas por los miembros del movimiento estudiantil. A pesar de que los realizadores involucrados eran agredidos y despojados de su equipo, éstos continuaron con su labor con las pequeñas cámaras de súper ocho. A partir de esto surgió un grupo llamado popularmente como los Superocheros, quienes abrieron una brecha en la realización del cine mexicano que en gran medida se enfocó en la documentación, tal como sucedió en el concierto de Avándaro en 1971, con un documental dirigido por Alfredo Gurrola, así como en otros momentos históricos donde un registro fílmico de la historia
Cine argentino: Generación del 60 y Grupo Cine Liberación
En Argentina la industria cinematográfica se mostró poco incluyente respecto a las propuestas de algunos realizadores, quienes optaron por reivindicar su labor al no considerar desde un inicio las posibilidades de recibir apoyo financiero por parte de los organismos responsables. El desapego entre los modelos comerciales y las nuevas propuestas que surgieron a partir de una fiebre creativa se afirmó cada vez más y surgió una nueva generación que encontró su lugar en rincones culturales como los cineclubes y demás espacios de formación y discusión, por lo que sus filmes se realizaron principalmente por la convicción de abordar temas críticos, incluso cuando no eran priorizados para su producción industrial.
Así nació la Generación del 60, que aunque enfrentó dificultades para estrenar, fue reconocida por su autenticidad y capacidad para filmar. Si bien los sesenta habían motivado nuevas formas de expresión en el cine latino, este enfoque social en el séptimo arte se integró definitivamente a la escena argentina con títulos como Los inconstantes (1962) y Pajarito Gómez (1965), ambos dirigidos por Rodolfo Kuhn, al igual que Los jóvenes viejos (1962), una de sus realizaciones más emblemáticas sobre un grupo de jóvenes, sus aspiraciones e incertidumbres en la vida.
En 1969 se habló por primera vez de la existencia y las propuestas del Grupo Cine Liberación, una organización de cineastas que manifestó su objetivo de crear un cine puramente revolucionario decidido a alzar la voz y denunciar las injusticias, comprometido con la vida social en los países del tercer mundo. Así, dieron nombre a su labor y la bautizaron como Tercer cine, una propuesta para descolonizar las prácticas cinematográficas, es decir, estructurar su discurso desde un lugar de enunciación ajeno a la industria.
En 1968 surgió el primer largometraje inscrito en en la línea del tercer cine de la mano de Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino, quienes realizaron La hora de los hornos: Notas y testimonios sobre el neocolonialismo, la violencia y la liberación (1968), una producción con un argumento crítico respecto al panorama político, cultural y económico durante aquellos años en que el mando de la nación argentina se debatía entre gobiernos provisionales, democracia y golpes de estado. Sin embargo, el filme logró su estreno hasta 1974, pues el ambiente represivo complicaba el proceso de difusión.
El Grupo de Cali
Aunque ya había finalizado la década histórica de los sesenta, las repercusiones de los cambios sociales en el cine colombiano se empezaron a hacer visibles en la década de los setenta. El caso más representativo es el del Grupo de Cali, o Caliwood, del que se remonta su origen a las actividades realizadas por el Cine Club de Cali, que además de ser una plataforma para proyectar las películas más relevantes del mundo en aquella época, incentivó la inquietud por voltear la mirada hacia las imágenes, historias y voces de la región para dar relevancia a lo que estaba ausente en las pantallas de cine y en la televisión. De esta época queda el enorme legado de Ojo al cine, publicación especializada del escritor caleño Andrés Caicedo.
En un periodo de producción de casi veinte años (1971 -1991), la destrucción, el deterioro y la marginalidad fueron los ejes temáticos en el cine del Grupo de Cali, así como la variedad de géneros: se podía ir del gore, al falso documental como al cine negro. Al inicio los ejercicios visuales del grupo propusieron un contra-discurso respecto a las producciones que pretendían mostrar una imagen de Cali exenta de pobreza y violencia.
Una de las películas más representativas es Oiga, vea (1971), un mediometraje dirigido por Luis Ospina y Carlos Mayolo, en el que es posible apreciar el descontento de los sectores vulnerables de la población caleña hacia el gobierno por haber invertido en los recintos que fueron sede de los Juegos Panamericanos, antes de atender las necesidades del pueblo. También como parte de las producciones del Grupo de Cali destaca Viene el hombre (1973), un cortometraje a cargo de Eduardo Carvajal, Luis Ospina y Carlos Mayolo, en el que proponen un abordaje sobre el tema de la migración del pueblo a la ciudad como una consecuencia de la pobreza. Por otra parte, Cali: de película (1973), de la mancuerna Mayolo-Ospina, reúne imágenes de las festividades de fin de año en la ciudad y desarrollaron un relato fiel a las formas de celebración local. No obstante, en 1977 Luis Ospina y Carlos Mayolo realizaron una de las películas más memorables de la época: Agarrando pueblo (1977). La propuesta del mediometraje consistió en hacer una simulación de documental en el que los supuestos realizadores explotan, con fines mercantilistas, las imágenes de miseria en los barrios de Cali. Fue a través de este filme que se planteó de manera concreta el término de pornomiseria. Del mismo modo, fue en el seno del Grupo, donde germinó el concepto de cine gótico tropical, como una expresión crítica sobre las relaciones de poder coloniales y postcoloniales, desde una estética de lo fantástico. Entre los títulos enmarcados bajo este concepto se encuentra La mansión de Araucaima (1986) y Carne de tu carne (1983), ambas de Carlos Mayolo.
Los años sesenta fueron escenario de lucha, represión y unión social; una época en la que la juventud sumó fuerza con la clase trabajadora para exigir no solo reformas en las fábricas y las escuelas, sino en la vida cotidiana. El tiempo transcurrido entonces fue el de un cambio completo en el tejido social, en el que se rechazó lo convencional y en muchos sentidos se aceptó lo novedoso, es decir: nuevas ideas, nuevos géneros, nuevas discusiones. Por su parte, las artes más allá de adaptarse a las condiciones que los mercados delimitaron, se abrieron paso con una nueva identidad y surgieron algunas vanguardias.
La vida ya no era la misma de antes de la mitad del siglo, la música congregaba a las masas en un ideal común, mientras el televisor hacia lo propio al comunicar las noticias que sacudían el orden político o anunciaban los logros de la tecnología. También en los sesenta se construyó un puente hacia la luna y fueron cimentadas las bases de la red de Internet. Hoy, como si esta época hubiese superado la barrera del tiempo, seguimos hablando de aquellos años en los que la revolución tuvo como propósito conciliar ideales de justicia y progreso. En 2018, a cincuenta años, seguimos aprendiendo de las consecuencias que generó la oleada de actos políticos en los sesentas, puesto que en la época posterior a esa década histórica, la realidad social evolucionó.
Continuará…..