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Las herederas

Con la excusa de una mudanza a una casa más pequeña o de un viaje por tiempo indefinido, se organizan a veces lo que nosotros los asuncenos (y me imagino que también la mayoría de los latinoamericanos) llamamos “ferias de garaje”. Una persona pone precio a sus muebles, cristalería, mantelería, y las expone (¿se expone?) al mundo exterior. He estado en muchas de ellas y siempre me ha llamado la atención el intercambio entre dueña y cliente, comúnmente mujeres. Allí se juegan un montón de elementos: clase social, situación económica actual y, sobre todo, abolengo. Muchas veces en esos intercambios existe también una (velada) decadencia económica que las señoras se esfuerzan en disimular.

Tal vez por tener tan fuertemente grabadas esas impresiones, una de las primeras escenas que escribí para Las herederas era ese duelo entre Chela y el par de compradoras que invaden la antigua mansión —hasta entonces un espacio demasiado privado— y manosean las pertenencias heredadas como si estuviesen en un mercado de barrio. La línea de diálogo que más me gusta de toda la película, “Las plantas no se venden, si quiere le regalo una”, la habré escuchado en una de esas ferias de garaje. Y es un sumario perfecto que en diez palabras comprendía miles de vivencias acerca de decadencia, crisis y clase que vi desde niño en Asunción.

Aunque la autoría de un guion es, en la mayoría de los casos, de una o dos personas, esas ideas, diálogos e imágenes que escribimos salen muchas veces de lugares tan distintos como una prisión o una feria de garaje y pasan por un proceso cuya naturaleza es colectiva. Al recorrer esa distancia entre el papel y la pantalla, ese “manoseo” de actores, técnicos y productores, al menos en el caso de este guion en particular, hizo mucho bien.

-Marcelo Martinessi


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