Abel fue un proyecto que se cocinó muy lentamente. La primera vez que pensé en esta idea fue en Londres, varios años antes de su filmación. Fui al teatro a ver Hamlet con mi padre, quien me visitaba mientras yo vivía allá y me preparaba para actuar en una película que nunca hice. Saliendo de la función coincidimos en que habíamos desperdiciado tres valiosas horas de nuestra vida. Más tarde, durante una cena que no tuvo desperdicio, comentamos que el actor que hacía de Hamlet parecía un niño. Ya con unos vinos adentro, dije a mi padre que me encantaría ver un Hamlet de ocho años, una mezcla entre Edipo y el mismo Hamlet, un niño enamorado de su madre que, tras la ausencia de su padre, quiere ser rey. El comentario se quedó ahí, no profundizamos más, pero la idea se instaló en mi cabeza de forma permanente. Luego leí un libro de David Trueba llamado Abierto toda la noche, donde encontré un personaje muy interesante y divertido: un niño con un síndrome inventado por Trueba, que él llamó “síndrome Latimer”.
Cuando uní esas dos ideas, nació Abel, un niño con un extraño síndrome que provoca que crea que es otra persona. Abel decide reemplazar a su ausente padre y así “asegurarse” de que su madre nunca se apartará de él. Un “rey” de ocho años que cree ser adulto. Quise escribir solo pero el gusto me duró poco; lo que trataba de poner en papel no tenía ni pies ni cabeza, y a mí me faltaba ese rigor que tienen los escritores. Al poco rato decidí sólo escribir una especie de argumento escueto, y a partir de ahí trabajar con alguien que me ayudara a darle forma y estructura.
– Diego Luna
por Cinema23
por Diego Luna