El cine no tardó en llegar a Argentina tras la primera proyección pública de los hermanos Lumière en París. Solo siete meses después de ésta, el 18 de julio de 1896 para ser exactos, el entonces Teatro Odeón de Buenos Aires exhibía las imágenes en movimiento de un tren llegando a la estación o de obreros saliendo de una fábrica. Desde entonces, Argentina ha experimentado un ritmo particular en el desarrollo de su cinematografía, uno en el que mucho ha influido la situación geopolítica del país: el extenso litoral de su territorio ha sido, desde siglos previos a la llegada del kinetoscopio, uno de los puntos de encuentro e intercambio comercial y cultural más importantes de América Latina.
El cine argentino ha logrado armonizar los diferentes escenarios de las coyunturas políticas del país, empleando los elementos distintivos de su espectro cultural: personajes heroicos, historias épicas, melodías específicas como la canción popular y, por supuesto, el tango.
Tras la llegada del nuevo invento, la curiosidad de los espectadores se tradujo en una inquietud por ver más, e incluso por experimentar con aquella tecnología. Así, los componentes del equipo cinematográfico para la realización y la proyección, llegaron en breve. En esta etapa resaltaron tres nombres que se relacionan directamente con los inicios del mercado fílmico en Latinoamérica: el comerciante belga Enrique Lepage, el francés Eugenio Py y el empresario austriaco Max Glûcksmann.
El siguiente paso para el avance del séptimo arte en Argentina fueron los primeros registros que se obtuvieron, el primero de ellos titulado La bandera argentina (1897), realizado por Eugenio Py, y tres años después, la película considerada como el comienzo de un criterio documental, Viaje del doctor Campos Salles a Buenos Aires (1900).
La llegada de realizadores europeos a Argentina durante los primeros años del siglo XX fue definitiva para el desarrollo de una narrativa audiovisual argentina. Ejemplo de ello fue la labor de los italianos Mario Gallo y Atilio Lipizzi, con quienes surgieron las primeras historias de ficción: La revolución de Mayo (1910), un cortometraje sobre el hecho histórico conocido con ese mismo nombre, ocurrido en 1810, La creación del Himno Nacional (1910) y El fusilamiento de Dorrego (1908), que narra el asesinato de Manuel Dorrego, un militar que participó en la guerra de independencia y las guerras civiles de Argentina.
Durante la década de los 20, sucedieron algunos de los hechos más relevantes, tal como la filmación del primer largometraje argentino titulado, Amalia (1914), de Enrique García Velloso, un dramaturgo que antes de adentrarse en el cine ya se había desempeñado en la escena teatral. La película es una adaptación de la novela homónima escrita por José Mármol, que relata parte del romance de una pareja que lidia hasta la muerte con las dificultades que otros personajes les imponen.
Otra gran contribución de Argentina, no solo al cine latino si no a nivel mundial, fue la primera película de dibujos animados de la historia, El apóstol (1917), realizada por el dibujante argentino Quirino Cristiani, partiendo de los dibujos de sátira política sobre el entonces presidente, Hipólito Yrigoyen. A raíz de una sugerencia hecha por uno de sus amigos cercanos, Cristiani buscó la manera de crear la sensación de movimiento en una de sus caricaturas, el resultado fue la imagen de Marcelino Ugarte, gobernador de la provincia de Buenos Aires, con sombrero alto y frente a él, la figura del presidente Yrigoyen que sostenía un martillo en el que se leía la palabra “intervención”, con el que asestaba un golpe sobre el sombrero de Ugarte.
A partir de este logro surgió la idea de realizar un largometraje con la misma dinámica de movimiento animado. En El apóstol, nuevamente se presentó el personaje de Hipólito Yrigoyen, ahora como un apóstol que viajaba al Olimpo para pedir a Júpiter que castigara al pueblo de Buenos Aires porque este no le apreciaba.
Vive el águila en su nido,
El tigre vive en su selva,
El zorro en la cueva ajena,
Y, en su destino inconstante,
Solo el gaucho vive errante
Donde la suerte lo lleva
Fragmento de El gaucho Martín Fierro (1872), de José Hernández.
La figura del gaucho es un componente importante y distintivo de la identidad argentina, que ha estado presente en la literatura, la música, la pintura, el teatro, y también en el cine. Desde el siglo XIX, estas expresiones artísticas ya se interesaban por incluir al gaucho como el máximo referente del criollo argentino, un mestizaje entre europeos y nativos. Si bien, este personaje podía ser visto con una connotación negativa al relacionarlo con la imagen de un vago sin preocupación, su identidad se logró describir con destreza en 1872, cuando el escritor José Hernández publicó su poema, El gaucho Martín Fierro.
El texto de Hernández ha sido el libro más vendido en la historia de la literatura de Argentina; en éste describe a un grupo de personas que habitaban las pampas y que de muchas maneras contribuyen a la riqueza del país, principalmente gracias a las habilidades agropecuarias y culinarias que desarrollaron. La contribución del gaucho reside en otros ámbitos, por ejemplo, en la música, con las llamadas “payadas”, una especie de trova que consisten en contar sucesos cotidianos a través de la improvisación de versos acompañados por una guitarra.
Durante las primeras décadas del cine argentino los realizadores se preocuparon por retratar la imagen del gaucho a través de importantes producciones como Nobleza gaucha (1915), el primer éxito de taquilla, con argumento de José González Castillo y bajo la dirección de Humberto Cairo, Ernesto Gunche y Eduardo Martínez de la Pera. La trama de este largometraje cuenta la historia de una joven secuestrada por un hombre acaudalado, quien al ver las intenciones de rescate de un gaucho, recurre a un guardia corrupto para acusarlo de ladrón y salirse con la suya.
Esta película es relevante por dos aspectos: primero, se refiere a la remuneración histórica que obtuvo, pues algunas fuentes señalan que se invirtieron alrededor de veinte mil pesos para su rodaje, mientras que recaudó poco más de un millón. Segundo, resulta interesante abordar esta producción como una de las primeras que empleó la figura del gaucho como una representación política.
Casi diez años después se proyectó Martín Fierro (1923), de Alfredo Quesada, filme basado en el poema de José Hernández, que no tuvo buen recibimiento por parte de la opinión pública. En el diario La Nación, con fecha del 15 de junio de 1923, se leía entre líneas: “La evocación de las costumbres, el ambiente de la época, las características de las personas del drama, elementos todos estos que proporcionan, sin duda, una riquísima materia prima para la realización cinematográfica […] no han sido aprovechados debidamente”.
El gauchismo constituyó una base en la estructura narrativa de varias películas de la época. No todas consiguieron posicionarse como producciones con gran acogida, sin embargo, películas como El último centauro, la epopeya de Juan Moreira (1924), de Enrique Queirolo, mediometraje que narra algunas de las hazañas del gaucho Juan Moreira, inicialmente contadas en la novela escrita por Eduardo Gutiérrez, lograron un buen recibimiento por parte del público.
En la década de los treinta empezaron a filmarse algunas nuevas versiones de las películas más celebradas sobre la cultura gauchesca, tales como Nobleza Gaucha, ahora dirigida por Sebastián Naón en 1937. Uno de los principales propósitos detrás de la reconstrucción del relato en esta película podría referirse a la exploración de la narración, ahora con sonido y con la participación de nuevas figuras de la pantalla, entre los que destacaron Olinda Bozan, Agustín Irusta y Marcelo Ruggero.
En las décadas posteriores la figura del gaucho siguió apareciendo en filmes con temáticas de aventura y valentía. Dicho carácter heroico que se le adjudicó al personaje, se encuentra presente en títulos como La guerra gaucha (1942), dirigida por Lucas Demare, un clásico de la cinematografía argentina gracias al sólido guión escrito por el poeta Homero Manzi. La historia narra algunos sucesos históricos durante la Guerra de independencia, en específico, sobre la participación de los gauchos en la batalla contra el ejército español.
Para mediados de siglo lejos había quedado aquella imagen del gaucho en la que se le retrataba como un personaje desarraigado gracias a estas producciones de carácter épico en donde se le describe como un valeroso personaje que apoya la más grande causa nacional. Sin embargo, al llegar a la década de los cincuenta la industria fílmica se encontró frente a un punto de inflexión política derivada del Peronismo. El gobierno manifestó su deseo de apoyar el crecimiento de las producciones argentinas haciendo énfasis en que no haría ninguna petición propagandística a los realizadores, pero también remarcó el hecho de que las películas y el contenido en aquellos años era desalentador, por lo que urgentemente debía de estar a la altura de los propósitos de revalorización nacional.
Así, el manifiesto gubernamental sugería la intención de alentar la realización de películas nacionales, al mismo tiempo que exigía la “calidad” de un contenido arraigado a los ideales peronistas. El ejemplo más claro de esta tensión política, se lee en una publicación de la revista Mundo Peronista:
«Está definitivamente probado que el cine argentino, bajo ningún concepto responde a la afanosa preocupación del gobierno, que ha insistido una y otra vez en el extraordinario apoyo ofrecido a la industria cinematográfica..(…) Sería imperdonable que ahora que, en estos momentos de revalorización nacional fuera únicamente el cine, como expresión de la cultura, la única fuerza que no avanzara”.
La situación anterior abrió un hueco en la producción que sería superada solo hasta 1955. La escena del cine gauchesco se retomó de manera considerable hasta la década siguiente con Martín Fierro (1968), de Leopoldo Torre Nilsson, película que representa el inicio de una nueva etapa en la forma de hacer cine, una que ya no prioriza una versión completamente apegada a la obra del autor José Hernández, más bien una adaptación lograda a través de los recursos técnicos para el llamado cine de entretenimiento, tal como estudios bien equipados, la utilización de la iluminación, el color y el sonido, buscando generar un espectáculo.
Para la década de los 70 se estrenaron tres filmes importantes: Güemes, la tierra en armas (1971), de Leopoldo Torre Nilson, Los gauchos judíos (1975), de Juan José Jusid y Los hijos de Fierro (1978), bajo la dirección de Fernando Solanas, que buscó relacionar la historia del gaucho Martín Fierro, con el panorama político que vislumbraba el país, narrando la lucha peronista del pueblo entre 1955 y 1973 y asimilando la figura de Fierro con la de Perón. El uso del montaje, al emplear el sonido como un detonante del significado de las imágenes, fue un valor importante en esta producción; sin embargo, también se enfrentó a desventajas durante su etapa de posproducción, estrenándose solo hasta 1985, después de la restauración democrática en Argentina.
Entre 1980 y 1990, destacaron dos títulos: La cruz Gil (1985), un cortometraje de veinticuatro minutos, dirigido por Víctor Benítez, en el que se indaga sobre las festividades de carácter religioso dedicadas a Antonio Gil, más conocido como el Gauchito Gil. En este corto documental, se cuentan diversas historias respecto a su origen, pero todas convergen en la devoción popular que el pueblo expresa a través de fiestas, hasta el punto de haber formado un espacio para la organización de las actividades, nombrado Centro recreativo de devotos de Antonio Gil. El tema en concreto, se abordaría notablemente hasta 2013 con Antonio Gil, bajo la dirección de Lía Dansker, quien documentó la tradición de culto existente en torno a la figura de Antonio Mamerto Gil Núñez en la provincia de Corrientes.
Y La virgen gaucha (1987), bajo la dirección de Abel Rubén Beltrami, que muestra la manera en la que la identidad gaucha alcanza el ámbito religioso. Aquí se muestran una serie de relatos a partir de la virgen, entre los que destaca, la historia de una violinista invidente que recupera la vista tras la visita del Papa a Argentina en 1982.
Guerreros y cautivas (1990) de Edgardo Cozarinsky, narra los hechos acontecidos en el marco de la campaña militar conocida como La conquista del desierto, donde una mujer de nacionalidad francesa se entera que una de sus compatriotas se encuentra presa y decide ir en su rescate.
En producciones más recientes también ha existido una aproximación a la caracterización del personaje gaucho, ejemplo de ello trata Mate cosido, el bandolero fantasma (2003) de Michelina Oviedo, un documental sobre la vida y desaparición del famoso bandolero Segundo David Peralta, más conocido con el sobrenombre de Mate Cosido. También El gauchito Gil, la sangre inocente (2006), de Ricardo Becher, es una ficción que cuenta la intervención de un equipo de documentalistas que quieren registrar el modo de vida de una tribu liderada por el Gauchito.
Las películas animadas también han incluido lo gauchesco, como en Martín Fierro: la película (2007), una animación dirigida por Liliana Romero y Norman Ruiz, que cuenta algunas aventuras de Martín Fierro, el personaje de la obra de José Hernández, que lucha contra la corrupción y la injusticia.
En los últimos años, el tema continúa vigente, y como ejemplo de la exploración de nuevas posibilidades narrativas se encuentra, El desierto negro (2007), de Gaspar Scheuer, un largometraje filmado en blanco y negro, que resulta peculiar por hablar de lo gauchesco de una manera poco tradicional, es decir, sin canciones sobre hazañas o nobleza, ni escenas salpicadas de acción y cabalgatas, más bien con pocos diálogos y con una manera sutil de contar aspectos de la vida de Miguel Hirsuta, quien vive lejos de lugares poblados, evadiendo la ley.
Finalmente, Isidro Velázquez, la leyenda del último Sapucay (2010), de Camilo José Gómez, es un docudrama sobre la historia del gaucho Isidro Velázquez y las batallas que libró contra la policía para defender su libertad, y Aballay, el hombre sin miedo (2010), de Fernando Sniper, se basó en el cuento escrito por Antonio De Benedetto, en el que narra la travesía de Nazareno Casero, quien por diez años ha conservado las intenciones de vengar la muerte de su padre.
A través de los años, la nación argentina ha vivido distintas etapas en el proceso de construcción de su identidad, y es en este trayecto que se han suscitado los cambios más relevantes en la manera de presentar cinematográficamente al gaucho, un personaje que surgió como respuesta al proyecto nacional que pretendía establecer referentes culturales para homogeneizar la vasta pluralidad de identidades, la cual proviene de los nativos y los europeos asentados en el país.
En el caso del cine, la cultura gauchesca ha tenido distintas aproximaciones, que a su vez, han sido determinadas por las especificidades políticas y sociales del entorno, mostrando al personaje en constante evolución y transformación. El gaucho ha reflejado la presencia de una comunidad sin popularidad para después ser presentado como parte de un espectáculo fílmico que ha recurrido a elementos del western hollywoodense, y en otros momentos ha tenido una aproximación politizada, y con un discurso militante, pero sin dejar de lado la valentía, nobleza y honradez, personalidad que se instauró desde los tiempos del gaucho Martín Fierro, de José Hernández.
Más que un personaje de cine, el gaucho se inserta en la configuración cultural de Argentina como un referente de identidad de las generaciones del siglo XX. Es imagen, música, gastronomía, poemas, payadas, e incluso devoción. De modo que el impacto que éste genera no solo se da en la pantalla, si no también por fuera de ella.
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