A finales del siglo XIX el panorama en España no era muy favorecedor: había perdido todas sus colonias en América y Asia, sus exportaciones eran escasas, su nivel de alfabetismo rondaba el alrededor del 50% y su tasa de natalidad era menor comparada con otros países vecinos. A pesar de lo anterior, el nacimiento del cine en el país fue similar al de otros lugares del continente europeo.
La primera proyección pública del cinematógrafo tuvo lugar en Madrid el 14 de mayo de 1896 a cargo de Alexandre Promio, un joven francés de 25 años enviado de los hermanos Lumiére. La función, con un costo de una peseta, fue todo un éxito. El cine había llegado para quedarse y convertirse en un negocio rentable.
En el siguiente año, 1897, se filmó Riña en un café, considerada la primera película española, dirigida por Fructuós Gelabert. De aquí a la primera década del siglo XX, el cine toma como base los dramas teatrales nacionales.
Junto a Gelabert, estuvieron también Ricard de Baños, y Segundo de Chomón (dedicado al cine fantástico) como los pioneros del cine español. Los tres escogieron trabajar en Barcelona, volviendo a la ciudad en el primer centro neurálgico del cine español durante dos décadas.
Durante la Primera Guerra Mundial España vivió una especie de época de oro, ya que permitió al cine desarrollarse. En estos años 28 productoras realizaron 242 películas, de las cuales 77 fueron documentales.
A principios de los años veinte otras ciudades, como Valencia y Bilbao, tomaron el relevo como potencia cinematográfica. Sin embargo, en 1923 llegó al poder Miguel Primo de Rivera y la industria cinematográfica no fue ajena a esta situación, por lo que Madrid suplanta las anteriores ciudades. Los géneros de estos años estuvieron inspirados en el folclore y la cultura popular, como por ejemplo: Paloma (1921), La casa de la Troya (1925) y La aldea maldita (1930) todas del director Florián Rey.
Para 1928 se vive un ambiente de inquietud cultural, y fue así que nació el primer cineclub en Madrid, ubicado en la Residencia de Estudiantes. De la Residencia saldrían intelectuales y artistas como Federico García Lorca, Luis Buñuel, Salvador Dalí y Severo Ochoa. En este famoso recinto se llegaron a proyectar las vanguardias rusas y francesas.
Coincidiendo con la Segunda República Española, la década de 1930 comienza con una industria fílmica débil debido a la llegada del cine sonoro y de las producciones estadounidenses. Esta época tuvo como géneros predominantes el costumbrismo, los dramas sociales, el folclore, además del uso de escenarios naturales.
En 1932, en pleno fervor surrealista y del género documental, Luis Buñuel realiza el cortometraje documental Las Hurdes (Tierra sin pan). El filme, que a través de planos generales denuncia la pobreza y miseria del pueblo de Las Hurdes, es rápidamente censurado.
Destacan también las películas de Benito Perojo, El hombre que se reía del amor (1933) y La verbena de la Paloma (1935), esta última con récords en taquilla.
En 1936, el golpe de Estado del general Franco desencadena la Guerra Civil y con ello la producción cinematográfica prácticamente desaparece. El cine documental propagandístico y los noticieros se vuelven la principal corriente de exposición, como lo fue el corto documental España 1936 (1937) de Jean Paul Dreyfus.
Los noticieros, con su contenido propagandístico, se volvieron clave para la movilización de gente, además la sociedad optaría por ellos para huir de los bombardeos. Cada facción tuvo el suyo: España al día, por parte del bando republicano y Noticiario español, del lado insurgente.
Para 1939, el conflicto finaliza con la victoria de Franco y el establecimiento de una dictadura. Los artistas tenían dos opciones: Adherirse al gobierno o abandonar el país, opción por la que se inclinarían cineastas como Luis Buñuel o Carlos Velo. Vendrían años donde la censura haría sombra a la producción cinematográfica, al mismo tiempo que se instauró un sistema de protección económica y se incluyó el doblaje obligatorio para las películas extranjeras.
Para la década de los cuarenta, directores del cine mudo como Benito Perojo o Florián Rey no logran sobrevivir a la época sonora. Por otra parte, en 1942 el Estado crea el NO-DO (Noticiarios y Documentales), institución que se vuelve clave para dar a conocer la información oficial hasta 1976.
En estos primeros años del franquismo destaca la película Rojo y negro (1942) de Carlos Arévalo, centrada en el amor entre una falangista y un comunista, un amor que no florece por el enfrentamiento de las distintas visiones.
A partir de 1944 comenzó una nueva corriente dentro del régimen: las películas religiosas. Este tipo de películas recogieron las virtudes religiosas a través de ficciones: La fe (1947), La señora de Fátima (1951), Marcelino, pan y vino (1954), entre otras. Además, el cine épico cosechó ciertos éxitos, como Locura de amor (Juan de Orduña, 1948), que puso de moda el cine histórico.
Por otra parte, el cineasta Edgar Neville (no aceptado en la izquierda ni en la derecha española) destaca entre los cineastas de la época. Neville realizó una importante trilogía entre 1944 y 1946: La torre de los siete jorobados (1944), Domingo de carnaval (1945) y El crimen de la calle Bordadores (1946).
Antes de finalizar la década, en 1947, se creó por Órdenes Ministeriales la Escuela Oficial de Cinematografía, con el nombre de Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC). Muy al estilo de Benito Mussolini en Roma, esta institución estaba pensada para lograr tener creadores afines al régimen, sin embargo, las expectativas fracasaron desde su primera generación, gracias a disidentes como Luis García Berlanga o Juan Antonio Bardem.
Los años cincuenta comienzan con la apertura de España al resto del mundo, ejemplo de esto fue, en 1953, el nacimiento de la Semana Internacional de Cine, después conocida como el Festival de San Sebastián, uno de los festivales más prestigiosos de España y del mundo. Aunado a lo anterior, a lo largo de la década se verían ejemplos de cineastas españoles evocando al nuevo movimiento del cine europeo, el neorrealismo italiano.
En esta década dos alumnos recién salidos del IIEC, romperían con el estilo establecido: Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem. Juntos realizaron su primer filme Esa pareja feliz (1951), y colaboraron juntos con el guion de ¡Bienvenido, Mr. Marshall! (1953), que fue dirigida por el propio Berlanga.
¡Bienvenido, Mr. Marshall! resultó una dura crítica a la situación del momento, pues además de hacer evidente el aislamiento del país, denunció la exclusión de España de los países beneficiarios del Plan Marshall, programa de ayuda económica a Europa que el presidente estadounidense Harry S. Truman financió.
Berlanga, haciendo uso de un humor sarcástico, realizó durante esa década Novio a la vista (1953), Calabuch (1956) y Los jueves, milagro (1957). Se burló de la falsa generosidad de la clase burguesa y de las campañas caritativas del franquismo en Plácido (1961) y tocó el tema de la pena de muerte en El verdugo (1963).
Por su parte, Bardem llevó la crítica de forma más directa, pues la cinta Nunca pasa nada (1963), era una clara alusión a las declaraciones del embajador español Alfredo Sánchez Bella en Roma, quien parafraseando, dijo: “Hace falta bastante tupé” para decir que “en la España actual nunca pasa nada”.
Con Muerte de un ciclista (1955) Bardem evocó un hecho real: las huelgas sectoriales de la primavera de 1956, esto sin dejar la influencia del neorrealismo italiano. El año siguiente estrenó Calle Mayor (1956), una crítica a las costumbres de una burguesía ociosa.
Estas producciones contribuyeron a flexibilizar a las autoridades del régimen, a llevar una postura menos conformista al cine y a desarrollar lo que en la siguiente década sería bautizado como un Nuevo Cine Español (NCE).
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