A lo largo de la historia del cine de Brasil, este se ha esforzado en lograr una identidad propia, con una producción centrada principalmente en Río de Janeiro y Sao Paulo.
La historia del cine de Brasil comenzó con sus pioneros Paschoal y Affonso Segreto, de origen italiano, instalados en Río de Janeiro. Como sus contemporáneos en otros países, los temas desarrollados radicaron en filmar acontecimientos relacionados con la naturaleza o ceremonias del lugar, a lo que posteriormente se añadieron encargos del gobierno. Sin embargo, la producción se desarrolló de forma lenta debido al retraso sufrido en la electrificación de Río y Sao Paulo.
Para 1907 se abre un periodo de prosperidad en el cine brasileño, A Bela Época do Cinema Brasileiro. Entre las producciones se encuentran las primeras ficciones Os Estranguladores (Los estranguladores, 1908) y O crime da mala (El crimen de la maleta, 1909).
Al mismo tiempo, aparecen la primera comedia Nhô Anastácio Chegou de Viagem (El señor Anastasio vuelve de viaje, 1908) y Os Óculos do Vovô (1913) de Francisco Santos, considerada como la película brasileña más antigua que aún se conserva.
Surgieron también otros géneros como las adaptaciones literarias, melodramas, obras satíricas, dramas históricos, entre otros.
En 1915, en Río de Janeiro, inició la carrera de Luiz de Barros, el cineasta más prolífico del cine brasileño. Su carrera se extendió seis décadas y dio lugar a 100 largometrajes. También destaca la aparición de la primera productora nacional: Foto-Cinematográfica Brasileira, una sociedad del italiano Giuseppe Labanca y el portugués Antônio Leal.
La época de bonanza terminó en 1922, por falta de industrialización, lo que favoreció la invasión de películas italianas y francesas. De la producción nacional quedaron principalmente los noticieros además de películas de propaganda al servicio del Estado, y aunque no desaparece el cine de ficción, este sobrevive de forma escasa.
Las páginas de nota roja siguieron dando material para producciones melodramáticas como O Crime dos Banhados (El crimen de los pantanos), realizada por Francisco Santos en 1914, y Crime de Cravinhos (El crimen de Cravinhos), realizada por el italiano Arturo Carrari en 1920.
También surgen las películas relacionadas con las costumbres de la Sertão, una región árida al noreste de Brasil, entre las que destaca O curandeiro (El curandero, 1917).
Una vez finalizada la Bela Época y este periodo de crisis, el italiano Paulo Benedetti en la ciudad de Barbacena, y el portugués Francisco Santos en la ciudad de Pelotas, comenzaron a realizar sus películas. La presencia de estos directores permitió la reacción de diversos directores brasileños y la proliferación de producciones fuera de los dos principales focos (Río y Sao Paulo), además del nacimiento de la etapa conocida como Ciclos Regionais (ciclos regionales). Se destacan tres ciclos: el de Recife, el de Campinas y el de Cataguases.
En la ciudad de Recife se desarrolla el periodo más largo (1923-1930), en el cual surgen varias productoras y cineastas. En este periodo se alcanzan doce largometrajes, entre los que destaca el drama A Filha do Advogado de J. Soares (1926).
El ciclo de Campinas también surge en 1923, un ciclo más corto y que cuenta con la producción de cinco filmes. El más destacado de los ciclos es el de Cataguases, etapa donde aparece por primera vez Humberto Mauro, uno de los grandes cineastas brasileños. En estos años dirigió cuatro largometrajes filmados en el estado de Minas Gerais, en la ciudad de Cataguases: Na Primavera da Vida (1926), Tesouro Perdido (Tesoro perdido, 1926), Braza Dormida (Brasa dormida, 1929) y Sangue Mineiro (Sangre minera, 1930).
Desde finales de los años veinte y gracias a la revolución técnica, Río de Janeiro recupera su preponderancia que había sido suplantada por Sao Paulo. Lo anterior con la entrada del actor, productor, guionista y director Adhemar Gonzaga, que crea la productora Cinédia en 1930.
Gonzaga estuvo involucrado en importantes producciones de la época, por ejemplo, fue guionista de Lábios sem Beijos (Labios sin besos, 1930) y años más tarde produjo Ganga bruta (1933), considerada como una de las mejores del cine brasileño. La historia presenta a un hombre que mata a su novia en la noche de bodas al descubrir que no es virgen, y luego trata de reconstruir su vida y sus relaciones con las mujeres. Ambas películas fueron dirigidas por Humberto Mauro.
La llegada del cine sonoro orilló a Sao Paulo al declive, produciendo solo documentales. A la par, fueron desapareciendo los “ciclos regionales”.
En 1929 se rueda la primera película sonora: Acabaram-sé os Otarios (El fin de los bobos, 1929), dirigida por Luiz de Barros. Esta película también es considerada como una de las primeras en pertenecer al género de la chanchada: una especie de comedia popular con varios números musicales.
De acuerdo con la definición del crítico Salvyano Cavalcanti de Paiva, las chanchadas fueron las películas de tema carnavalesco, parodias, sátiras y realizadas en poco tiempo y con bajo presupuesto.
En la década de los cuarenta se consolidó el desarrollo de una industria cinematográfica que apuntaba hacia temas de interés, que sobre todo buscaron el desarrollo de un relato identitario de la nación brasileña; por lo anterior estos años estuvieron marcados por el gran éxito de las chanchadas, que consiguieron reflejar el lenguaje y la cultura popular del país. Estas producciones fueron protagonizadas por las grandes estrellas de la época como Oscarito, Gran Otelo, Carmem Miranda (la primera persona latina con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood), entre otros.
La empresa más famosa del período fue Atlântida y la película Alô, Alô, Carnaval (Hola, Hola, Carnaval, 1936), como un filme que abrió la brecha para consolidar el ambiente carnavalesco en el cine de Brasil. Aunque esta vez, ya no solamente como una idea retomada de las producciones americanas en su labor representativa de los espectáculos, sino como una práctica de la que cada brasileño sin excepción puede formar parte, más que como espectadores, como precursores.
Además de las producciones de De Barros, destacaron las películas Banana da Terra (1939), protagonizado por Carmem Miranda, Laranja da China (1940) y Céu Azul (1941), dirigidos por Ruy Costa.
Estos años fueron para el cine brasileño, una oportunidad para construir personajes que trascendieron por su capacidad de generar vínculos de identidad con espectadores y contar historias sobre la vida cotidiana en aquel Brasil de los años treinta y cuarenta.
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