Brasil llega al nuevo milenio como una potencia con casi 200 millones de habitantes y uno de los principales mercados cinematográficos del mundo.
Durante estos años, la industria se ha recuperado de la desarticulación que sufrió en los años 90 cuando el Ministerio de Cultura fue comprimido en una Secretaría, y se desmanteló la empresa estatal Embrafilme. De hecho, la producción brasileña finalizó 2013 con cifras récord. Según datos de la Agência Nacional do Cinema (ANCINE), de las casi 400 películas estrenadas ese año, 129 fueron producciones nacionales, un aumento significativo considerando que una década atrás, en 2003, los lanzamientos fueron apenas 30.
Ese mismo año, de acuerdo con cifras de Latam Cinema, el país contaba con aproximadamente 2678 salas de exhibición, de las cuales la mitad estaban digitalizadas. Además la producción nacional fue vista por 27,7 millones de personas, superando la marca histórica de 25 millones establecida en 2010 y la recaudación en taquilla alcanzó los 131 millones de dólares, lo que se tradujo en una cuota de mercado del 18,6%.
Sin embargo, el reto de difundir el cine nacional y latinoamericano dentro del país prevalece, por lo que diversos organismos, festivales, concursos, foros de exposición y de debate, además de talleres se han visto en la tarea de promover el cine brasileño.
Uno de los organismos oficiales es la Agência Nacional do Cinema (ANCINE), concebida en 2001 y particularmente con el Incentivo à Qualidade, creado en 2006, el cual premia a productoras cuyas películas han tenido una participación destacada en festivales, recibiendo apoyo financiero para sus próximos proyectos.
Por su parte, Cinema do Brasil y la empresa SPCINE, como iniciativa de la Prefectura de Saô Paulo, se han encargado de potenciar el posicionamiento del cine brasileño en mercados y festivales de todo el mundo.
De igual manera, las coproducciones entre países de la región han aumentado considerablemente gracias a estímulos como el Programa Ibermedia. En 2013 se registraron 21 coproducciones, donde Argentina y Estados Unidos se han vuelto los principales coproductores, mientras que en 2005 apenas se contabilizó solo una coproducción.
Del lado de los festivales, algunos ejemplos nacionales que hay que retomar son : It’s all true – International Documentary Film Festival en São Paulo y Río de Janeiro, Olhar de Cinema Festival Internacional de Curitiba, International Animation Festival of Brazil, Anima Mundi en Río de Janeiro, Festival Internacional de Cine de Brasilia , São Paulo International Short Film Festival, Rio de Janeiro International Film Festival, Rio Content Market, Brlab – Laboratorio de Desarrollo de Proyectos Audiovisuales São Paulo, entre otros.
Por parte de la narrativa documental, en 2015 se contabilizaron 58 documentales también gracias a programas de fomento como DOCTV Latinoamérica, que emana de la Conferencia de Autoridades Cinematográficas de Iberoamérica (CACI ) y la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL), para formar a través de los ojos de documentalistas la identidad latinoamericana.
En cuanto a temáticas, la producción brasileña se ha ido encaminando hacia dos vertientes: las superproducciones con un estilo de blockbusters estadounidenses y el cine autoral. Una de las razones ha sido la incorporación de productoras como el canal de televisión Rede Globo (Globo Filmes) a la pantalla grande. Globo Filmes ha sido responsable de importantes éxitos de taquilla pertenecientes al género de comedia como el trío de 2013: Minha mae é uma peça de André Pellenz (4,6 millones de entradas), Meu passado me condena de Julia Rezende (3,1 millones) y Vai que dá certo de Maurício Farias (2,7 millones).
En el otro extremo, se ubican películas arriesgadas y de corte artístico, que recorren festivales pero con un público y una salida comercial limitada. Sus temáticas también se definen por una búsqueda de diálogo entre las historias que reviven el pasado y aquellas que delinean el presente. Ejemplo de ello es Guataha (2014) de Clarissa Knol, que subraya la historia de la dispersión de los Indios Avá- Guarani en la década de 1980 o la narración de algunos aspectos de la dictadura militar en Brasil a través de la vida de un director de teatro aprisionado en Trago comigo (2013) de Tata Amaral.
En los últimos años de la historia del cine brasileño, se han formado cineastas que no solamente han dirigido sus películas, también han tomado riendas de los nuevos cursos que emprende la cinematografía del país. Han enfocado la atención y la sensibilidad en temáticas que ya hemos resaltado, y de cierta forma, invitan al público a integrarse y reconocerse como una entidad activa de la creación cinematográfica,.
Entre los nombres de aquellos que han incursionado y destacado de forma importante en en el terreno fílmico de Brasil y que han dado el salto con importantes coproducciones internacionales se encuentra Fernando Meirelles (Cidade de Deus, 2002. The Constant Gardener, 2005. Blindness , 2008. ) y Walter Salles con The Motorcycle diaries, (2004) protagonizada por Gael García Bernal y Rodrigo de la Serna; On the road (2012) que contó la participación del actor inglés Sam Riley y el norteamericano Garrett Hedlund.
Sobresalen también trabajos de Kleber Mendoça Filho ( Vinil Verde, 2004; Aquarius, 2016; O Som ao Redor, 2013,) y de Gabriel Mascaro (con el mediometraje A Onda traz, o vento leva, 2012; Ventos de Agosto, 2014; Boi Neon, 2015) de estos ejemplos, los últimos dos relatan por una parte, el episodio en la vida de una familia que habita una aldea costera en el noreste de Brasil y en la otra, la historia de un joven del noroeste. En ambos casos, los personajes atraviesan un proceso de transformación personal a raíz de la situación política y económica que vive el país.
Destacan también la cineasta Anna Muylaert (O ano em que meus pais saíram de férias, 2006; Que horas ela volta, 2015), este último largometraje genera una crítica social y un acercamiento al tema de la lucha de clases. Por su parte, Karim Aïnouz ha presentado en los últimos años filmes como Madame Satâ (2002), O Céu de Suely ( 2006) y Praia do Futuro (2014), este último con la participación del actor Wagner Moura quien desde inicios de los años dosmil también ha incursionado en series televisivas como Narcos, Paraíso Tropical, etc.
Por otra parte, Eduardo Coutinho presentó el documental Últimas conversas (2015), que a lo largo de múltiples entrevistas a jóvenes provenientes de las favelas de Brasil, objeta en capturar las virtudes, valores, miedos y emociones de un sector de la población brasileña, para narrar al país desde su juventud.
Finalmente, como se ha visto, una parte sustancial de las dinámicas que plantea la cinematografía brasileña ha sido la de educar a partir de entender su pasado y articular su presente, revalorar la capacidad del cine para contar y documentar historia. Así, el objetivo se perfila hacia la superación del reto que, ante el paso del tiempo, implica el olvido, y abre paso a nuevos significados en el futuro.
El cine brasileño ha explorado diversos terrenos de creación y resaltado la visión de hacer películas en cada una de las etapas que atraviesa. En ese proceso, que abarca la vida en un siglo, también ha descubierto su capacidad para construirse a sí mismo en el acto de narrarse.
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